sábado, 6 de junio de 2009

LXV. Una invitación.




Hay productos del subcontinente asiático que no he mencionado todavía, y de los que estoy muy a favor:

a) Maaza. La madre de todos los refrescos es esta delicia de mango que Coca-Cola no ha tardado en agenciarse. Conocí a una pareja australiana que, aparte de hacer constantes alusiones a su ajetreada vida sexual, también sacaba tiempo para alabar las virtudes de Maaza (pronunciado ‘maaya’) e improvisar eslóganes como ‘No sin mi Maaza’. Nada original, pero esto da una idea de la pasión que desata este líquido naranja.
b) Mirinda. El otro líquido naranja que causa furor es esta bebida que, al parecer, triunfó en España allá por los años setenta / ochenta. En India y Nepal la Mirinda está presente en cada esquina. Yo no la he probado, por esto de que sólo bebo agua para ahorrar.
c) Dhal baat. Esto es, prácticamente, lo único que se come en Nepal. Es muy parecido al thali indio, pero más austero. Tan solo el arroz, el dhal (una sopa de lentejas) y las verduras. Si se estiran, te dan más variedad de verduras o pickles, que es una salsa picante. El curry de carne o pescado es un lujo. La variedad escasea en este país, y si vas a ir a un sitio remoto no esperes encontrarte otra cosa. La gente que pasa semanas en el Himalaya acaba del dhal baat hasta los huevos.
d) La guindilla. Este producto tan majo es el snack favorito de los nepalíes y de los indios del norte. La sirven junto a algunas rodajas de cebolla o un poco de limón. Las hay que pican mucho y las hay que te hacen vomitar o tambalearte del ardor. La guindilla fue un gran protector contra la malaria allá por la primera mitad del siglo XX, y las nuevas generaciones le siguen venerando un comprensible cariño.
e) Odomos. El repelente de mosquitos preferido por una comunidad consternada ante la masiva expansión de estos molestos y trágicos seres (un mosquito necesita la sangre para poder poner huevos, lo ignoraba). No aceptéis imitaciones. Odomos es lo que debería ofreceros cualquier establecimiento. No sirve para nada, pero crees que sí, y esa victoria psicológica frente al mosquito ya es una batalla ganada.
f) El caldero. Lavarse con calderos es una cosa bastante vivificante.



La carretera que une Tansen con Pokhara es uno de los recorridos de montaña más seductores que se puede imaginar, y con más curvas que la antigua carretera de Villaviciosa, ésa que tanto hizo vomitar a miles de playeros astures. Me hacía mucha gracia ver cómo los asientos del autobús se desencajaban ante cada tumbo. Como en India, todo parece que está a punto de llegar al límite de la catástrofe, pero éste nunca es sobrepasado. La temeridad de los conductores se cruza con una pericia fantástica. Mientras tanto, el paisaje se recrea en montañas de laderas escalonadas, gracias a unos intensos arrozales en distintos niveles, y en una vegetación antropomorfa en la frontera del sueño. Ya le voy pillando el gusto a estos viajes. Junto al conductor, uno o dos reclutadores de pasajeros viajan con casi todo el cuerpo fuera del autobús y dan palmadas al trasto como si se tratase de una mula vieja.



Pokhara es la pirámide del Machhapuchhare y unas cuantas cosas más que están muy escondidas. Extendida a lo largo de un valle magnífico, esta alternativa turística a Katmandú está muy próxima a los distintos Annapurnas, algunas de las montañas más altas del mundo, y eso lo convierte en un apeadero de montañistas, tibetanos refugiados, hippies, drogadictos y curiosos. La citada pirámide es una formación rocosa sobrecogedora que parece más alta que sus compañeras, cuando en realidad se trata, únicamente, de la montaña más próxima, pero tal vez la más singular y bella. Cuando las nubes invernales nos hacen el favor de ver un rastro de su silueta, toda la ciudad parece rendida a sus pies. A unos 1600 metros de altitud, en el mirador de Sarangkot, las vistas son tan excepcionales como puede uno imaginarse, pero siempre tengo el mismo problema con la excepcionalidad: me siento incapaz de percibirla, o me pongo muy nervioso con ella. Prefiero observar a los polluelos escondidos en el plumaje de sus madres, cositas simples. De camino al Sarangkot, los habitantes de esas alturas no se cansan de ofrecerte la marihuana que tan libremente crece por doquier. Me encantó una breve visita que hice a una estación de radio, en la que un cantante folk nepalí (o cantante‘fol’, como diría mi amiga Bárcena) me dedicó unos pocos segundos de música a capela. La verdad es que si me pongo a narrar todos los encuentros, no paro. Quedémonos con unas chicas muy percaleras que se acercaron a mí y me dijeron ‘Hola, somos tres hermanas, Ganga, Budinya y Sarek, ¿quién eres tú?’. Parecían una aparición de cuento romántico, de éstas en las que las hermanas acaban o bien despedazándote o bien repartiéndose tu sexo. No sucedió ninguna de estas cosas, por mi bien y por el suyo. Pero hablamos un rato y su ardil me pareció admirable. Las mujeres nepalíes son bellísimas. Los hombres son muy poco estimulantes.

Pokhara está a orillas de un lago llamado Phewa Tal, cuyas aguas lamen con sensualidad unas colinas que se asemejan a garras en reposo. Cerca de esta bella visión, los nepalíes hacen su agosto con sus pashminas y los tibetanos ofrecen mantras y momos, que vienen a ser como empanadillas rellenas con un inconfundible sabor a nada. Me fui a la búsqueda de alguna película ilegal que pudiese saciar mi sed; que mereciese la pena, o las ciento cincuenta rupias nepalíes que costaba, sólo ‘Milk’, de Gus Van Sant, lo que no dice gran cosa de la colección que se me ofrecía. No creo que sea muy horrible, y me hará muy feliz ver algo de cine. También hallé un número de las aventuras de la Reina Sofía que consideraba agotado, o extraviado, o incluso inventado por algunos oportunistas; pero existe. Se trata de ‘La Reina Sofía y el matasuegras silencioso’, todo un clásico de la época previa a la censura. En cuanto vi el plástico alrededor, supe que el precio sería desorbitado, y no me equivoqué. Fue doloroso abandonar a su suerte tan magno ejemplar.

Aquí empieza el invierno y las tormentas arrecian a primera hora de la mañana. Suelen ser bastante monstruosas (va a ser difícil borrar la imagen de un rayo blanquísimo golpeando las aguas del Phewa Tal). Mi próximo destino, antes de llegar a Katmandú, es Bandipur, un buen lugar para admirar arquitectura tradicional y pasar la noche, como lo fue Tansen. Sigo sin posibilidad de tener cámara fotográfica ni de volcar los (pocos) vídeos que tengo (cortesía del Windows Vista, que no ha hecho buenas migas con mi cámara). Algún interés, no obstante, se desprenderá de estos relatos. Ayer, por ejemplo, hablaba con unos nepalíes de lo que habían sido mis últimos meses y de mis búsquedas de trabajo. Estaba contento de no notarme cansado al repetir la misma información una vez más. Uno de los asistentes me dijo, ‘¿por qué nos mientes?’. Primero me quedé asombrado, y luego me ofendí. Sin embargo, acabé comprendiendo que tenía razón. Aunque no hubiese mentido en nada (no había necesidad) tampoco había dicho ninguna verdad. Mostrarte tal y como eres a través de las palabras y de la actitud es casi un milagro, aunque la otra alternativa sea cerrar la boca para siempre o vivir aislado del mundo (no es una mala alternativa). En medio de mi silencio posterior, alguien pareció decirme: ‘tómatelo como una invitación a no mentirte a ti mismo’.

Sergio. 06/06/09.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pasa fulaner, soy el señor X he mandarte un correo que tengo nuevas noticias, ahora mismo curro y vivo en cascantes, vaya grande eh? de aqui al braulismo no hay nada.

Acabo de leer la columna de titulos de peliculas son muy buenos, miedo en covadonga grandisimo, y cualquier dia es bueno para que te calles, la gente del curro me miraba por que me estaba descojonando solo.

ciudate gracil cineasta, y a ver si esta semana pongo internes en el pueblo y te escribo