jueves, 11 de junio de 2009

LXVI. Bandipur no es un detergente.


Pero podría serlo. Bandipur es el epítome de la belleza nepalí. Un milagro. No es nada fácil encontrarse con un sitio tan bien gestionado como este. Por norma general, todos los edificios tradicionales con más de doscientos años están a punto de caerse y les crece maleza en cada esquina. En Bandipur, los edificios más antiguos son pensiones rehabilitadas con mucho gusto, y apenas hay una sola disonancia entre lo viejo (que es lo predominante) y lo nuevo. El (reducido) turismo está confinado a una sola y magnífica calle, el Main Bazaar, donde los perros duermen, las viejas se peinan las unas a las otras, cantidades ingentes de niños juegan a la gallinita ciega, y la vida se manifiesta con la mayor ingenuidad posible. No es extraño que, en Bandipur, uno se sienta invadido por unas lágrimas que no terminan de aparecer. Este es el pueblo más bonito del mundo. Una genuina y casi cegadora radiografía de la felicidad.

El partido comunista nepalí, los célebres maoístas, cuentan con muchos devotos en este tipo de pueblos. Tuve la misma impresión en Tansen, cuando vi las primeras manifestaciones con antorchas, como si se tratase de una Santa Compaña. Bandipur no disimula su apoyo y viene a ser como un Lekeitio en Euskadi. Harto decir que los maoístas no han hecho una al derechas (nunca mejor dicho) desde que se pasaron a la lucha armada. Entre sus geniales ocurrencias destaca la de cerrar todo tipo de centros educativos, únicos núcleos de prosperidad para las zonas rurales. Por el otro lado, la corrupción del gobierno central deja a los maoístas como simples aficionados en el campo de la extorsión y la tortura. Al menos, éstos han apelado a Naciones Unidas para que medie entre los dos bandos. El gobierno nepalí, en cambio, se niega rotundamente a mantener un diálogo con los terroristas. Como si ellos no hiciesen terrorismo.

La gerencia adormilada del Bandipur Guest House me ofreció un dormitorio con vistas al paraíso por el módico precio de doscientas cincuenta rupias (un euro son 106 rupias nepalís). Desde la pequeña terracita adosada, pude disfrutar de una luna llena inmejorable y de algunos cigarrillos Surya. Mis otras ocupaciones (cuando no estaba deambulando por las calles sin iluminar, vislumbrando las techumbres de las casas a través de las ventanas, o bajando y subiendo laderas con la obstinación de quien se cree un montañista) se redujeron a escribir, a leer ‘The devils of Loudun’ de Aldous Huxley y a ver algunas de las pelis que adquirí en Pokhara. De la reescritura del guión, definitivamente convertido en un western teológico (a saber qué coño quiere decir eso), hablaremos en otro momento. De la novela-ensayo de Huxley hay mucho que cotarrear y, como podéis ver, sigo obsesionado con la literatura de posesiones. La película ‘Madre Juana de los Ángeles’, de Jerzy Kawalerowicz, es una versión de este relato, más apoyada en los hechos reales que en las tesis de Huxley acerca de las monjas histéricas-endemoniadas de Loudun. Hay otra versión de Ken Russell que no he visto, pero que tampoco me apetece mucho ver.



De mi vuelta al notable hábito de ver cine, he de comentar lo siguiente:
a) Milk. En general, ha sido una sorpresa agradable. Gus Van Sant consigue lanzar algunos mensajes en clave dentro de una dirección destinada a ser vibrante y entendible. Nada de planos eternos. Me gusta mucho el primer encuentro entre Sean Penn y James Franco, y su delirante momento musical, muy al estilo de la maravillosa ‘Mi Idaho privado’. Las tensas relaciones entre Harvey Milk y Dan White (interpretado por Josh Brolin) también están filmadas de forma muy original, casi onírica. Pero, ¡ay!, el guión es muy mariquita, y hay tantos momentos gratuitos y tan poca cota de lesbianismo (ni una sola mujer en las manifestaciones de San Francisco, sólo la dicharachera secretaria de Milk y una travesti que anda por allí, siempre la misma) que uno no deja de preguntarse por qué el cine de temática homosexual es tan auto-complaciente. Que Sean Penn esté bien no es nada nuevo. Que lo esté James Franco, sobre todo en la secuencia en la que echa a todo el mundo de su casa para cenar a solas con su novio, es algo más revelador. Pero el jefe de la función, para mí, es Emile Hirsch, con una concienzuda pluma que me cautivó y me hizo reir en numerosas ocasiones.

Emile Hirsch en 'Milk'. Un actorazo.

b) Doubt. Un poco decepcionante. Cuando una película depende así de sus intérpretes, el clima que se crea es enrarecido y hasta agobiante. No ayudan unos decorados horrorosos y una dirección empeñada en jugar con angulaciones de cámara que no tienen nada de atrevido ni de sugerente. Uno se pregunta por qué tanta recreación en personajes accesorios y en atmósferas eclesiásticas, cuando el bacalao lo cortan cuatro personajes (que bien podrían ser laicos), y a ello debería reducirse. Si se va a adaptar una obra de teatro, creo que habría que intentar ser lo más teatral posible, para que así el cine se vaya colando por todos los rincones. La operación inversa es arriesgada. Sidney Lumet no salió de la casa del señor y la señora Tyrone cuando adaptó ‘Largo viaje hacia la noche’. ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿O es que la historia no genera la confianza necesaria? Hablando de espacios reducidos…

c) Lifeboat. Esto es una obra maestra. Descubrir una película de Hitchcock en una tienda de Khatmandu me produjo un fuerte cosquilleo que luego, durante el visionado, se convertiría en orgasmo. (Todas estas películas cuestan un euro; evidentemente, no me he lanzado a rehacer una colección de cine que ya no tengo ningún interés en perpetuar; es posible que todos estos dvd acaben en manos de algún nuevo amiguito asiático). Lifeboat, como muchos ya sabréis, y si no el mismo título lo indica, sucede íntegramente en un bote salvavidas, después de que un bombardero alemán fulmine un barco de mercancías americano. Pasando por alto el panfletarismo que alguien se puede esperar de una película aliada en plena Segunda Guerra Mundial, el retrato de los supervivientes y el equilibrio de fuerzas entre uno y otro es tan abrumador que la hora y media de metraje pasa volando sin que te dés cuenta. Cortesía de la casa es uno de esos guiones llenos de ironías ocurrentes, más aún si están puestos en boca de Tallulah Bankhead, una presencia cautivadora. Os invito a que os descojonéis de risa con esta mujer, porque no se puede tener más tino. Imposible. Por debajo, pero siempre muy cerca de la superficie, varios conflictos morales y un terrorífico retablo de la condición humana, a menudo mucho más naturalista de lo que cabría esperar en un producto comercial de la Fox (hay una escena de linchamiento que pone los pelos de punta). Walter Slezak, como el ‘prisionero’ nazi que viaja a bordo del bote, regala algunos momentos ambiguos que están muy bien pensados desde el papel. Una genialidad.

Tallulah Bankhead: 'algunos de mis mejores amigos son mujeres'.

Por fin he llegado a la capital de Nepal. Mis últimas horas en Bandipur me las pasé trotando como un cabritillo y viendo pedazos de Himalaya que se recortaban en el horizonte, desde lo alto de una colina que, con sus altarcillos, banderolas y campanas, parecía más un montículo sacrificial que un mirador. Hacía tiempo que no veía a tantos niños jugando, pero vencí las ganas poderosas que tenía de quedarme allí y cogí otro de esos autobuses tan majos que tarda tres horas en hacer cincuenta kilómetros.

Mis primeras impresiones de Khatmandu no pudieron ser más sorprendentes. Para tratarse de una capital, me sorprendió encontrar una habitación con baño por tres euros, con vistas al casco antiguo. El primer anochecer fue asombroso. Ese complejo abarrotado de templos y dioses que es Durbar Square se ilumina con las luces de las motos y con el fuego de los puestos de comida callejera. Las parejas y los grupos de amigos (y también pequeñas soledades leyendo el diario, haciendo solitarios o jugando al ajedrez con sus compañeros invisibles) se sientan en las plataformas que ascienden a las pagodas, muchas de ellas adornadas con explícitos relieves pornográficos. Es curioso que un país que condena el coito anal exhiba tantas obras de arte con el coito anal como protagonista absoluto. Las filigranas sexuales talladas a los pies del dios (magníficas masturbaciones, orgías, acrobacias, zoofilia) flotan como ánimas sobre las cabezas de las niñas que lamen su helado y sobre las calvas de los santones hindúes. En los alrededores, las plazas son explosiones de vida con sus lavaderos públicos, en torno a los cuales una rutina de altares, stupas, comercios familiares y humos diversos asciende y desdibuja el fascinante desequilibrio de las fachadas. Se organizan cine-clubs en las cantinas, donde un nutrido grupo de chicos y chicas (en Nepal no hay tanta división sexual) ven películas como ‘Apocalypto’ y comentan todas las jugadas. Khatmandu también es un depósito de contaminación al estilo de las ciudades indias, y un diez por ciento de la población no sale a la calle sin su mascarilla protectora. Menos mal que yo ya tengo la mía.
Mi favorita. Sin palabras.

No sé muy bien qué va a pasar a continuación. Podría renovar mi visado y volver a Delhi, o a Calcuta. Eso era lo previsto. Que Nepal fuese tan de traka y, con una abrumadora diferencia, el país más hermoso que he visitado nunca, tampoco estaba previsto. Veremos cómo se arremolinan los vientos. Y para terminar… Dos seguidoras de este blog y buenas amigas de un servidor cumplirán años: Bárcena y Bego. Desde aquí mis felicitaciones. Se os echa mucho de menos. Y perdonad olvidos y despistes, en general. A veces me acuerdo de cosas, y a veces no. A veces las moscas vuelan y otras veces se quedan pegadas a la bombilla. Salud.

Sergio. 11/06/09.

No hay comentarios: