viernes, 26 de diciembre de 2008

IV. Conversaciones con mi ahijada.

Llevo unos cuantos días aborreciendo la escritura. Por eso no me he prodigado mucho por “Miss Kalashnikov”, ni tampoco me he atrevido a darle una forma más concreta a este blog. Tan poco acostumbrado como estoy a las nuevas tecnologías y a este tipo de redacción, espero que el tiempo y el ensayo hagan de estas páginas algo un poco más sólido, dentro del caos premeditado.

En estas fechas tan destacadas, la vorágine familiar te incita a socializar y te proporciona una excusa perfecta para no ejercitarte en tus vicios, aunque éstos estén siempre presentes. Lo bueno de las Navidades es tener la oportunidad de verlas a través de los ojos expectantes de un niño. Si tienes la suerte de compartirlas con un primo pequeño y con una ahijada de ocho años, como es mi caso, ten por seguro que obtendrás algunas de las conversaciones más inteligentes del año. Tengo la suerte de ser el padrino de Sonia, una feroz y atenta niña gijonesa que parece conocerme mejor que nadie a pesar de que nos vemos muy de vez en cuando. Sus observaciones acerca de la familia, la muerte, los distintos tipos de dolor y demás delicias existenciales dejarían inconsciente a más de un intelectual. Por un lado, temo la desembocadura adolescente de tanta genialidad. Por el otro, veo en ella la energía y el optimismo del que yo tantas veces adolezco.

Por norma general, después de una primera parte de divagaciones profundas en las que acabo hablando de las tretas urdidas por los poderosos para acallar las voces disidentes, llega el desvarío físico. Sonia es una incansable deportista con mucha violencia contenida, y nada le gusta más que intentar derribarme, inmovilizarme… etc. Es algo que todo niño desea hacer para suplir su necesidad de contacto físico con un adulto. Yo, que apenas hago tres largos en una piscina sin ahogarme, me vuelvo un charco de sudor sin que ella refleje ningún tipo de agotamiento. La verdad es que me gustaría mucho que fuese una gran futbolista o una prestigiosa judoka o, en su defecto, una percusionista chiflada o una terrorista. Será lo que ella quiera, sin duda, pero la verdad es que tiene el mundo en sus manos. Esa percepción se va reduciendo con el paso del tiempo, y es el tesoro envidiable de la infancia: la generosa aceptación de las reglas del juego antes de que éstas se vuelvan en tu contra.

Os dejo con un christmas de Miguel Brieva sobre la niñez. Felices fiestas a quienes les guste este tipo de chorradas. Y aunque Ismael tarde unos días en publicar más entradas, tengo entendido que está redactando un poemario titulado ‘Sángrame, rómpeme, chúpame, y tírame por la ventana’ que os hará vibrar de placer. Salud.

Sergio.

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