domingo, 7 de diciembre de 2008

I. El banquete. Primeros y básicos apuntes sobre el "theyyam".


Seguro que en algún momento de nuestra vida alguien nos dice que vacunarse cuando se está acatarrado es una solemne gilipollez (más aún si te estás vacunando de la rabia, como era mi caso). Pues bien, sufriendo las consecuencias de mi tontuna, me aproveché de lo estimulantes que pueden llegar a ser los sueños en los estados febriles creados por una vacuna. No soy una persona que retenga todas y cada una de las imágenes que se amontonan en mi subconsciente, a no ser que éstas tengan carácter marcadamente violento, como la vez en que soñé cómo me torturaban unos dementes después de descubrir el misterio de la isla de 'Perdidos' (misterio que, por supuesto, olvidé al despertarme). Éste, no obstante, es uno de esos casos con lagunas insondables. Lo que puedo rescatar del sueño es que yo estaba en un hotel deshabitado y podía hacer más o menos lo que me salía de las pelotas: subir, bajar, tocar timbres, fumar en las escaleras, rozarme contra el estucado de las paredes... No sé quién me acompañaba en estas felonías, pero seguro que era gente de mi familia. De pronto, descubrí en el hall una especie de oficina de la Guardia Civil ocupada por religiosas con tricornio y rosario. A una de estas esposas de Dios se le cayó el rosario al suelo mientras cruzaba el hall en dirección a un lugar del que no puedo revelar datos, ya que la monja tenía los ojos perdidos en el infinito, si es que tenía ojos. El caso es que yo no existía para ella, así que agarré el rosario y me senté en un banco que tenía más que ver con la sala de espera de un tren que con el hall de un hotel, pero ya sabemos cómo se comportan los espacios durante el sueño. Allí ubicado, me puse a comer las cuentas del rosario. He de aclarar que no sabían a nada, ni siquiera me recordaban a los collares de regaliz, que se comían como supongo que se debe de comer un rosario, en el caso de que exista efectivamente tal actividad. Mientras tanto, se amontonaban en mi mano residuos plásticos del rosario en cuestión. Mucho después, tras unos cuantos viajes por distintos universos y gasolineras, me desperté. Estaba emocionado con el potencial significado del sueño, aunque me cueste reconocer que en el fondo todo eso me parecen chorradas. Eso no impide que yo, muchas veces, haya emprendido muchas cosas a partir de sueños; es más, escribí la obra de teatro "Vacaciones" a partir de un sueño en tres partes en el que acababa siendo violado por un cuchillo.

Esto no viene a cuento de nada, como la mayoría de las cosas que irán apareciendo en este diario. El caso es que el próximo nueve de enero me voy a Kerala (India), a iniciarme en el ritual del "theyyam", y cualquier cosa que me llame la atención en esta cuenta atrás en la que se ha convertido mi vida merece una mención, por si acaso pudiera establecer conexiones felices o infelices en un futuro. También es posible que salgan a relucir recuerdos y narraciones extravagantes que respondan sólo a una obsesión por: a) no olvidar; y b) entender mejor la vida, por lo menos hasta que me dé cuenta de que esforzarse por entender algo no conduce a nada, pero todavía estoy en mis veinte y me parece una buena edad para querer entender.

El "theyyam" es una forma de teatro popular oriunda del estado de Kerala, en el sur de la India. En los alrededor de Kannur, casi cada noche desde octubre hasta mayo se escenifican las bendiciones, enseñanzas y aventuras de un dios hindú en un campo sagrado. Lo interesante es que el "theyyam" implica una posesión del cuerpo del actor por parte del dios. El intérprete, previo ayuno y meditación, entra en trance a través del elaborado proceso de maquillaje y transfiguración hasta convertirse (también a los ojos de los asistentes) en el dios al que se rinde homenaje (o que demanda el homenaje). Todo un contacto con el arte escenográfico de nuestros antepasados y con el atavismo religioso, del que todavía se sabe muy poco. Veremos si la ingestión de rosarios supone un buen punto de partida.

Sergio. 07/12/2008.

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