miércoles, 2 de marzo de 2011

196. Kume Mongen (Parte II: la resistencia es fértil).



Érase que se era un volcán que demandaba sacrificios humanos y un pueblo en la base de ese volcán.






Érase que se era un día en que la élite gobernante se tomó ese privilegio.

Muchos pero que muchos años después hacen acto de aparición los protagonistas de este cuento, hombres y mujeres del pueblo tomado que decidieron darle al volcán lo que es del volcán.




Para ello hicieron un llamamiento bajo el lema “Primer Encuentro por el Buen Vivir”, al que acudieron otros hombres y mujeres, la mayoría ciudadanos de pueblos aún mayores que el que nos ocupa, pueblos sin volcán y, por tanto, pueblos sin referente, sin guía, sin alma.

Una vez juntos, cantaron lemas, conversaron sus dudas miedos ignorancias, tomaron vino, se sintieron aceptados comprendidos libres.







Lugrin habló de una cosa llamada permacultura, que consistía en crear núcleos de población respetuosos con el volcán y sus hermanos. En realidad, se trataba de algo más complejo. La permacultura de Lugrin era una revolución socio-política, la única posible. Los hombres y mujeres del encuentro querían saber cómo cultivar sus propios alimentos y cómo defenderlos de los invasores. Lugrin quiso decirles cómo, pero hubo un factor creado por la élite gobernante, llamado ‘tiempo’, que jugó en su contra. Desde luego que el ‘tiempo’ no existía en la era del volcán y sus sacrificios humanos. Por aquel entonces se hablaba más bien de eterno presente, y si bien la vida no era necesariamente más justa, sí que se comportaba de forma más equilibrada.




Los distintos saberes se compartieron. El que sabía de plantas habló de plantas. El que sabía del alma habló del alma. El que sabía del volcán se quedó aparentemente callado. Y el que sabía de dinero, política, tiempo y otros inventos de la élite gobernante, habló harto.








Los niños observaban lo sucedido y jugaban a ser hijos del volcán. Aprendieron duras lecciones, como, por ejemplo, que

seguir el ejemplo de los mayores no siempre es bueno
la huerta no se pisa
un anarquista hambriento es un fascista en potencia

y otras cosas que no siempre agrada saber.




Los hombres y mujeres que luchaban por el volcán y por el buen vivir antaño perdido, tuvieron que enfrentarse a la dura tarea de concretar acciones y generar consenso. ¿Hicieron eso?

No. Hicieron un carnaval.
Que no es poco.
La transmisión del ritmo y la alegría ancestrales nos acerca al volcán.





Como alguien dijo, oculto entre las voces disidentes y el trino asustado de los pájaros, los comienzos son difíciles.




Colorín colorado, este cuento no ha terminado porque nunca empezó.



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