sábado, 12 de marzo de 2011

199. Kume Mongen (Parte III y última: la batalla de Chile).



Cierro mi periplo por la Araucanía chilena con este relato, no sólo acerca del Encuentro por el Buen Vivir (que ilustran nuevas imágenes recién adquiridas) sino del universo de Melipeuco y lo que resuena de él ahora que lo extraño tanto.

¿Qué es lo que esperaba yo de la comunidad que iba a visitar durante las pasadas navidades? Conocimiento político, en primerísimo lugar. Trabajo de huerta y modelos de auto-sustentabilidad, cómo no. Vida en comunidad, por supuesto. Y aunque todo eso ha estado ahí, incluso en grandes dosis, lo que acabé encontrando fue una familia. Tal y como había sucedido en Australia, incluso en la cada vez más lejana Kerala. Una familia que se resistió a aparecérseme como tal hasta los últimos días, en los que un velo de intimidad cubría todas las situaciones, alargando los días y las horas con el afecto intemporal que sólo un hermano te puede profesar. Una familia que no acabó de cuajar en la Argentina patagónica por las idas y venidas de unos y otros y por la inmensa diferencia entre la genialidad de Lugrin y la mediocridad moral del ambiente que ambos compartíamos (la chacra Valle Pintado). Lugrin y yo no nos bastábamos solos; necesitábamos apoyos externos, un marco rural que ejerciera de árbitro. Melipeuco reforzó nuestra amistad y, por lo menos a mí, me regaló una familia con sus cómplices, sus ovejas oscuritas, sus misterios profundos y sus parientes lejanos.







La política me estalló en la cara porque no podía ser de otra manera. Los ambientes alternativos / disidentes de Chile han de ser explosivos o, directamente, no ser. Me gustaría ser lo más claro posible a este respecto: no hubo fin de la dictadura en Chile, sólo una transición de mentira a una democracia guionizada por los mismos artífices del golpe militar. Cualquier acto que cuestione o niegue al gobierno de Piñera es considerado un acto de terrorismo; incluso las jornadas de debate que organizamos en El Triwe encajaban en la definición institucional de “acto de terrorismo”. A día de hoy, amigos y compañeros chilenos están siendo injustamente encarcelados por el sistema para dar credibilidad mediática a un montaje conocido como el “Caso Bombas”, por el cual se pretende atemorizar cualquier germen de acción (violenta o no) contra el estado.







Como dijo un día la Coté, Chile sacó las mejores notas de toda Sudamérica en capitalismo y neoliberalismo económico. Pero podría haber sido de otra manera. Si hay algo que me fascina en la historia del intrusismo gringo por todo el continente es, sin duda alguna, el descaro del golpe contra el gobierno de Allende y, por supuesto, contra una movilización popular-colectivista tan espontánea como la que se dio en la sociedad chilena. Ver las imágenes documentales que ilustran este proceso de cambio y el horror agudo que sufrían “los momios” ante las tomas de fábricas y los almacenes de abastecimiento vecinal es una lección maravillosa de política pero también una enseñanza demasiado dura sobre el conflicto de intereses entre los seres humanos. No voy a explayarme aquí con los hechos. Basta con recordar que el once de septiembre de 1973 las fuerzas militares tomaron el país para no soltarlo jamás, dejándolo hundido en una negrura moral tan espesa que todavía es visible en los rostros de la gente, en las palabras oídas y en la destrucción del paisaje. El dieciséis de septiembre de aquel mismo año murió torturado el director teatral y cantante Víctor Jara, después de que los matones de turno le rompieran las manos y le obligasen a cantar y a tocar la guitarra mientras se desangraba. Tal vez su delito fue crear, entre otras cosas, ‘Las casitas del barrio alto’. Yo no puedo despegarme de las imágenes mentales que me evoca este crimen tan atroz. Es algo que me ha atosigado desde que me inicié en historia chilena y en la obra artística de muchos de sus protagonistas.





Melipeuco resultó ser una confluencia de distintas generaciones de chilenos: exiliados como Carlos y Marta Melillán, una pareja mapuche que sufrió en sus carnes la violencia del régimen pinochetista y que, finalmente, abandonó el asilo político de Francia por un apego irresistible a la tierra araucana; luchadores de la década de los ochenta y del triste momento de la “transición”, que todavía resisten a pesar de que buena parte de su generación se resignó a mendigar lo que hoy todos mendigamos, es decir, nuestro valor equiparado al valor del dinero; campesinos sexagenarios como Don Elías, que ha sobrevivido a todo tipo de cambios y que saluda los nuevos con la mente muy abierta y el corazón en la mano; jóvenes hijos de la “democracia” (los chicos del Triwe); y cabros chicos como el Antu, la Satya o la Libertad, que si bien me han hecho poner en duda por momentos mis ganas de ser papá, también han generado situaciones necesarias y han desvelado misterios con sus palabras.




Siento que no puedo pasar revista por todos los acontecimientos que se dieron en el Triwe, ni los grandes ni los chicos. Sobre todo porque ni siquiera puedo hablar con propiedad de las personas (muchas más de las que me imaginaba) que han compuesto este mosaico y con las que me gustaría compartir más cosas en el futuro. Ése no es el caso de Lugrin, que va a tener su post para él solito. Pero temo caer en la sensiblería si me pongo a hablar de la Paola, sus manos tejiendo lana y sus consejos a la hora de cocinar sopaipillas; o la sonrisa de la Lore, que a menudo me recordaba a una felicidad desbocada que muchos perdemos al dejar la niñez. Lo dicho. No quiero llorar con palabras.





Sí mencionaré una conversación muy interesante que tuve con Alberto antes de que la Paulina nos regalase un taller improvisado de cueca (canción y baile chileno por antonomasia). Alberto es un abogado de Concepción que cultiva sus propios alimentos. Me quedo corto si digo que es una enciclopedia andante sobre agricultura, buen vivir y buen comer. Le pregunté cómo era capaz de compaginar su profesión con el trabajo en el campo. Respuesta de Alberto: “No puedo. Y llegado el momento, hay que escoger. Todos tenemos que escoger”.

Así es, amigos. Hay que escoger. ¿Recuerdan el texto de clausura del Encuentro? ¿Voluntad, Guerra, Sacrificio? Bien, en esta elección reside gran parte del sacrificio, y ahí es donde me encuentro yo ahora mismo. Eso es lo que ha hecho mi familia chilena conmigo. Casi nada.

Sergio. 11/03/11.

No hay comentarios: