viernes, 6 de mayo de 2011

215. Nazareno Cruz y el lobo.



Resulta que he visto bastantes películas durante los últimos días, algunas tan notables y reveladoras que merecen una reseña y otras tan discutiblemente publicitadas que no les puedo negar un puñetazo verbal. Para facilitar el interés del episodio y la creación de un ritmo interno parecido al suspense fílmico pero que, en realidad, no va más allá de la enumeración caprichosa, organizaré mis comentarios de menos a más positivos, empezando por el bostezo y culminando con el descubrimiento de nuevos lenguajes (que, no por casualidad, se remontan a hace cuarenta años).

‘The king’s speech’ es la película más aburrida que he visto en mucho tiempo. Pensé que la pequeña anécdota que sustentaba todo el entramado escondería algún mensaje de más enjundia. Pero no. Es la historia de un rey tartamudo que no puede hablar en público por traumas que el guionista no quiere tratar en profundidad (posiblemente porque es monárquico) pero que, gracias a una amistad plebeya con la que se redime de toda su pompa, consigue hablar a su pueblo justo cuando su pueblo, amenazado por bombas aéreas, lo que podría haber hecho (y quiero pensar que así fue en realidad) es sacudirse el aborregamiento de encima y escucharse a sí mismos, y no al hombre que tiene el culo salvado por obra y gracia de su divina procedencia. Colin Firth está bien, como siempre. Bonham Carter no se ríe lo suficiente de sí misma y la película no nos da gran cosa de su personaje. Podría extenderme más con el gran Geoffrey Rush, pero su papel también está mal dibujado, a mi juicio. Hacía tiempo que no veía algo tan irrelevante e incluso impertinente (porque, ¿de qué nos sirve esta historia a día de hoy?) alargarse durante tanto tiempo y sirviéndose de tantos tópicos, entre los cuales no puede faltar la niebla londinense y las bondades de la casa Windsor. En fin. Al parecer ganó cuatro o más Oscars. No me extraña lo más mínimo.

Black Swan’ tiene la virtud de mantener constantemente el interés gracias a la angustia que produce, una angustia que en Polanski solía ser igual de mórbida pero menos facilona y que en Aronofski apenas se desliga del (mal) video-clip o de clichés visuales ya vistos con anterioridad, también en películas suyas (como la estupenda y mucho más original ‘Requiem for a dream’). Cualquier verbalización psicoanalítica de la película se revelaría como infantil o gastada por el uso. Me gusta mucho el final porque es el tramo más coherente de todos y en el que Natalie Portman por fin se luce con su dilatadísimo desdoblamiento de personalidad, tan dilatado que apenas es creíble cuando se produce. Portman, en general, no lo hace mal del todo, pero hay partes del metraje en los que exagera su timidez virginal hasta el absurdo, tal y como hiciera la gran Deborah Kerr en ‘Separate tables’. Esta película me recordó a otro clásico estadounidense, ‘Double life’. Considerada una obra menor de George Cukor, en ella hay muchas similitudes con ‘Black Swan’ (un actor acaba contaminado por el rol de Otello y sufre una escisión esquizofrénica que le conduce a un trágico final que no puedo desvelar). En este caso Ronald Colman también ganó el Oscar, aunque la que me robó el sentido fue una jovencita y delgada Shelley Winters haciendo de prostituta. En ‘Black Swan’ no hay ningún secundario interesante, y tanto Winona Ryder como Barbara Hershey están muy desaprovechadas.

Siguiendo con la estela de películas premiadas (tenía que verlas para poder criticarlas) ‘The fighter’ es un nuevo exponente del maravilloso, apasionante subgénero del boxeo, que como tal no puede defraudar si contiene escenas bien dirigidas en el ring, como es el caso. El trabajo de David O. Russell es muy interesante. El guión ya es más previsible y me apena ver los estereotipos de la familia provinciana tan grotescamente interpretados por actores a los que respeto (Christian Bale y Melissa Leo, sin ir más lejos). La moralina familiar y los deseos de superación personal también están lamentablemente presentes. Amy Adams es lo mejor del reparto y casi de la película. En mi escena favorita, increpa a su chico (Mark Walhberg) la nefasta idea de llevarla al cine a ver una película subtitulada (¡‘Belle Epoque’!). Hay que tener tino para cuestionar el sacrosanto mundo del cine en versión original. Amy Adams es grande.





Que ‘Biutiful’ me parezca la mejor película de Alejandro González Iñárritu hasta la fecha no quiere decir que no contenga todas y cada una de las muecas que no me gustan de él: la visión de la vida como una agonía que traspasa fronteras locales y nos interconecta como en un macabro tren de la bruja global, la inútil y cristianizante obsesión con la redención, el desamparo de la felicidad en un mundo corrupto y la intromisión, casi siempre fuera de tono, de un esoterismo cogido por los pelos. Javier Bardem está muy brusco y muy físico, como es de esperar en él, y por momentos está sublime aunque por momentos está previsible. La escena que comparte con el doctor que le da su fatal diagnóstico es excelente. Lo mejor, sin duda, es la fotografría de Rodrigo Prieto, a medio camino entre sucia y lavada, pero siempre fantasmagórica, y que además ha sabido dibujar con precisión el desaliento europeo de Barcelona, o tal vez su mirada (y la de Iñárritu) con respecto a la Ciudad Condal son muy parecidas a la mía. Lo peor es el casting de Maricel Álvarez, pero no quiero ser muy insistente en este punto porque sería hacer leña del árbol caído (nunca entendí esta expresión; precisamente hay que hacer leña del árbol que se ha muerto o está caído). Al fin y al cabo, el problema con ella es que alterna momentos en los que está creíble con momentos en los que duele bastante escucharla. Me emocionó descubrir en los créditos de prensa a un compañero de la ECAM, José Tirado, al que siempre llamábamos Josep aunque él lo odiase en silencio. Dicho lo cual, nunca leo los créditos. Fue una curiosa casualidad.

‘Zona Sur’ es una película boliviana de reciente estreno, dirigida por Juan Carlos Valdivia y premiada en Sundance con el mejor guión y la mejor dirección. Esto último lo puedo entender, aunque Valdivia no ha inventado los travellings de 360º. La factura visual es bastante más estilizada de lo que es habitual en el cine de su país, pero esa estilización se recrea a veces en soluciones pedantes y no demasiado significativas para el avance de la película. La ‘zona sur’ del título es el barrio pijo de La Paz, donde viven las familias blanquitas a punto de ser devoradas por la araña de la nueva burguesía indígena, como no duda en mostrar la esclarecedora y genial secuencia de la protagonista con su ‘comadre’, una chola de armas tomar. Es bien paceña y por ello se recrea en alusiones y chistes locales, pero su visión del pasado, presente y futuro del conflicto racial y social boliviano es universal. Aun así, la mayoría de los personajes son odiosos y cuesta dedicarles casi dos horas de tu tiempo, con lo que no está de más recordar que un mínimo de (peligrosa) identificación con el mezquino y con el capullo no es sólo deseable, sino necesario.



Juan Carlos Valdivia, con el reparto de 'Zona Sur'.


The kids are alright’ es una sorpresa bastante agradable, y aunque reproduce todos los prejuicios sociales de la modélica familia estadounidense en el seno de una no tan modélica familia estadounidense (lo cual no tiene por qué estar mal), consigue conducir al espectador por caminos imprevistos, incómodos, inusualmente divertidos y, a medida que se acerca a la recta final, nada complacientes. En definitiva, aunque le sobran unos cuantos humos y algo del hiper-dramatismo que siempre nos regala el sufrido cine independiente, es un buen guión. Julianne Moore es Julianne Moore; ¿qué puedo decir de esta diosa? Annette Bening se pasa la mitad de la película cariacontecida, pero en la otra mitad le dejan cancha libre para otros registros más reveladores. Y Mark Ruffalo nunca me había interesado como hombre hasta ahora.

Puede que la mejor de las películas que han estado en carreras oscarizables y listas de lo más bodito y más herboso del año sea ‘The social network’. Pero no nos comamos las pollas todavía. Tampoco me parece ninguna obra maestra. Hemos visto historias de amistades rotas por la ambición cientos de veces y ésta no es la última palabra en el género. Además, su frialdad y un cierto abuso de la palabra no siempre juegan a su favor. Pero nos queda todo lo demás, que es un mensaje claro y sólidamente comprometido con el contexto actual de las cosas, es decir, Facebook, esa máquina de virtualizar y desvirtuar la vida humana. Tal vez la escena de la discoteca, en la que un acertadísimo Justin Timberlake explica a Eisenberg / Zuckerberg quiénes son los nuevos amos del capitalismo neoliberal, sea un ejemplo de la profundidad sociológica que el guión de Aaron Sorkin concede a la película. Es entretenida, es atrevida, resucita de algún modo los duelos verbales que tan bien se le daban al cine estadounidense y lo que queda detrás de un paquete de traición, banalidad y verborrea es una observación precisa sobre cierta juventud del nuevo milenio y sobre cierta (y temible) clase social.

Y ahora llegamos a lo mejor, comenzando por ‘Queimada’ (1969), una maravilla de Gillo Pontecorvo que vi en ínfima calidad de imagen en el Museo Etnográfico de La Paz (tan ínfima que tardé en discernir si la película era en color o en blanco y negro). Si después de ‘La batalla de Argel’ era difícil explicar mejor los motivos del terrorismo y del contra-terrorismo, en esta crónica de las tácticas coloniales en las Antillas (aunque podría extrapolarse a todo el Tercer Mundo), Pontecorvo y los guionistas consiguen uno de los pocos ejercicios convincentes de revisionismo histórico de la historia del cine. No me explico cómo se conoce tan poco esta película. ‘Queimada’, que muy a mi pesar no habla de la mágica bebida gallega sino de una isla ‘insurrecta’ constantemente arrasada por el fuego de acuerdo a los intereses de sus conquistadores y del comercio exterior, narra las estrategias políticas de un oportunista británico para alzar y derrocar las revueltas sociales en una comunidad de esclavos que cultivan la caña de azúcar. Marlon Brando, justo antes de embarcarse en aventuras más famosas (‘El Padrino’, ‘El último tango en París’) se la juega aquí con un papel dificílisimo y, para mí, memorable. (Sus rumoreadas discusiones con el director a raíz de la interpretación de su papel pueden haber favorecido el punto de vista del actor, que era partidario de investigar en el arrepentimiento del personaje, en contra de la maldad sin resquicios que defendía Pontecorvo; no obstante, entiendo perfectamente ambas posturas, y creo que ambas están reflejadas en la creación de Brando). Sus conversaciones con el líder guerrillero José Dolores encierran muchos misterios y verdades, algunas tan obvias y dolorosas como que la libertad no es algo que te dan los que te gobiernan, sino algo que uno debe obtener por sí mismo. ¿Parece una perogrullada? Bueno, veamos si somos capaces de identificarnos con lo más simple. Yo me he llevado una gran sorpresa… A destacar también la gloriosa música de Morricone, el mejor compositor de su época, y casi cualquier otro aspecto de la película, cuya concepción visual puede haber envejecido mal, pero aun así no ha habido nadie como Pontecorvo para dirigir a masas ingentes de personas en defensa de una idea común.






Y el descubrimiento mayúsculo ha sido ‘Nazareno Cruz y el lobo’, una obra maestra del exceso dirigida por el cantautor argentino Leonardo Favio en 1975. Al parecer, es la película más taquillera de la historia de su país; cuesta creerlo viendo lo bizarra y desproporcionada que es. La historia toma ingredientes de los cuentos de terror rurales y los mezcla con amaneramientos de video-clip setentero, música de destape (terriblemente pegadiza), arquitectura gótico-campesina y delirios de un gaucho ebrio de ‘Martín Fierro’. El resultado, cómo no, trasciende el umbral del ridículo, el umbral de lo psicotrópico y el umbral del sentido común, y ahí es donde nace la obra maestra, la condición de isla en mitad de la cinematografía sudamericana (aunque puede que Jodorowsky esté muy cerca de la visión de Favio; lo comento de oídas porque no he visto nada suyo todavía). El pobre Nazareno Cruz es el séptimo hijo varón de una familia de ganaderos y por ello sufre una curiosa maldición: de llegar el amor a su vida, se convertiría en lobo durante las noches de luna llena, arruinando con ello a su amada, a su comunidad, a sus rebaños (esto es importantísimo) y a sí mismo. Aunque la historia no es más que una variación burda de la licantropía tradicional, los derroteros visuales, sonoros y dramáticos por los que discurre la trama son radicalmente personales, incluyendo un descenso hilarante a los infiernos y una niña andrógina que podría haber sido la precursora del estilismo de Alaska. Parece que todo en esta película esté en permanente estado de éxtasis, desde los besos de la pareja protagonista, que más bien parecen una oda a los últimos segundos aprovechables de vida sobre el planeta, hasta la manifestación dislocada de las fuerzas de la naturaleza. ¿Cómo se pudo llegar a rodar algo así? Mención especial merece nuestro querido amigo Mandinga, al que recordaréis del post nº182: ‘Cuaresma’, cuando hablaba de la mitología popular argentina. Mandinga es el demonio personificado en un gaucho, y Favio ofrece una imagen atractiva, tragicómica, delicada, arrogante del personaje. No dudo que esto sea una debilidad personal, porque Lugrin y yo nos hemos contado muchas historias de Mandinga cuando trabajábamos en el río Azul, pero qué más da… El gaucho diabólico de la pampa engrandece más aún este clásico insólito que todos debéis buscar y ver de inmediato.








Hale, ya me cansé. Mañana más, petreles.

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