martes, 29 de junio de 2010

147. Like a Roy Orbison’s song (Parte I): mandarinas a 6’90.

Hoy no hay ninguna foto, chicos, porque el aparato con el que me estoy pegando ahora mismo no me deja. Esto va a ser muy mustio, pero es lo que hay.

Miro a través del cristal que separa la sala de espera del aeropuerto de Darwin de la brillante y vaporosa calle. He pasado las últimas cinco horas en un sofá azul, oliendo a moqueta y a plástico, y los últimos tres meses y medio en Melbourne, una ciudad que se ha negado a devolverme el corazón. Suyo es.

Escribir esto será un tanto difícil, pero no me queda más remedio que empezar por alguna parte. Mis últimos días en la capital de Victoria han estado tan inflados como los globos aerostáticos que se cuelan, a veces, entre el último sueño de la noche y el primero de la mañana. Como bien sucede con todo lo que termina, capas y capas de materia innecesaria fueron devoradas por el viento. Durante horas y días nos quedamos con lo bueno, que ha sido mucho. En el mercado, en St. Kilda, en la casa de Wilson St, en el café que hace esquina con Rathdowne y Newry. ¿El pistoletazo de salida? Un momento que anunciaba los próximos meses y los próximos años, en un lunes ordinario con tareas inacabadas (recoger mi nuevo visado indio, comprobar que me cuesta menos conseguir una nueva tienda de campaña que reparar la que ya tengo). Pat, que acaba de terminar Derecho, vino a cenar y a ver un par de capítulos de ‘The Wire’ con Penny. Les hablé de ‘Playground’ mientras degustábamos mi primer intento de cocinar un ‘boeuf bourguignon’. ‘Playground’ es una historia australiana que sólo puede suceder en los bosques espesos de las Atherton Tablelands o en alguna localización muy similar: eucaliptos, helechos, animales peligrosos y una granja de arquitectura discutible. Es la razón que necesitaba para volver aquí. Habla de los descubrimientos y las contradicciones de este viaje por Australia y de la gente que más me ha impactado. Wayne y Jody enamorarían a la cámara con su presencia. Y la historia, a pesar de tener un argumento evanescente y apenas dos o tres espacios, me parece perfecta. Haber entrado de nuevo en el círculo creativo anunciaba a gritos el final de esta feliz etapa de trabajo en Melbourne.

Mi largamente jugueteado y soñado proyecto de musical empieza también a tener forma, por fin. Es una historia española, se llamará ‘Cuaresma’ y tendrá muchísimo tino. Pero es un proyecto lo suficientemente difícil como para dedicarle una vida entera.

Entretanto, Michael seguía trayendo montañas de cosas inútiles de su supermercado favorito, ALDI (sí, aquí hay Aldi). Una de ellas era una báscula con un control remoto que divide tu peso en porcentajes. Gracias a ella descubrí que tengo un cuarenta y siete por ciento de músculo y un diez por ciento de grasa. He decidido que el cuarenta y tres por ciento restante le corresponde al tino. Mi cuerpo, de esta manera, se compone así:

47% muscle
10% fat
43% awesomeness


Poco después empezarían a desatarse los eventos extraordinarios que configuran este relato. En mi penúltimo fin de semana, Penny empezó a abrir una de las múltiples cajas de sorpresas que me tenía reservadas. Hacía dos meses que me había pedido la noche del dieciocho de junio, pero nunca especificó para qué. Ese día, después de cerrar el viernes laboral con una cerveza sobre el mostrador de Garden Organics, Penny me llevaría casi a ciegas al barrio cosmopolita de Richmond. Cenamos comida vietnamita, una de las especialidades de Melbourne desde la ola migratoria de los años setenta, y a continuación fui invitado a tomar un par de cócteles carísimos en Der Raum, posiblemente el bar más elegante en el que haya estado nunca (que no exclusivo, porque me presenté allí en pantalón de chándal; Michael se horrorizó al enterarse). Allí las botellas colgaban del techo mediante cuerdas de escalada, las botellas de absenta entonaban acentos apagados, y todo exudaba una profesionalidad y un saber hacer de ésos que enamorarían a mi amigo Andriu. Nunca me hubiera permitido semejante gasto, y Penny lo sabe. Ésa es una de las razones por las que hace lo que hace. Corresponder su generosidad es algo a todas luces imposible, así que no me queda más que ser agradecido y esperar a que su ardil estratosférico aterrice en Asturias, donde la esperan sabrosos culetes y fabadas.

La noche no termina ahí, ni mucho menos. ‘No puedes irte de Melbourne sin vivir su música en directo, por mucho que detestes la música en directo’. Penny me llevó a ‘The Corner’, un mítico bar y sala de conciertos al lado de las vías de ferrocarril de Richmond. Los atuendos eran puro rockabilly, y cuál sería mi sorpresa cuando me enteré de que aquel dieciocho de junio actuaba, ni más ni menos, que ¡Wanda Jackson! (Nota: no creo que haga falta, pero para quien no la conozca, esta mujer hizo la transición definitiva entre el country femenino y el rock and roll sucio de Elvis, del que fue novia durante algún tiempo; el arte de la Jackson ha sido denostado muy a menudo cuando su voz inquebrantable y clásicos como ‘Fujiyama Mama’ son apoteosis de cotarro que le hacen a uno la vida más feliz y llevadera). Wanda Jackson tiene setenta y dos años y todavía rockea. Con un vestido rojo que ocultaba el paso del tiempo, y su icónico pelo negro rebotando sobre unos hombros nada femeninos, la Jackson se mantuvo en escena durante más de una hora regalando comentarios impagables (‘Thanks for inviting me to your party, boys…’ o ‘Elvis was a very good kisser, girls… but we were just two spoiled brats…’). Su voz se mantenía milagrosamente joven. Una energía tan sabia como la de los árboles la movía ante nuestros alucinados ojos. Hasta le dedicó un momento a Dios para cantar una de esas canciones de redención cristiana tan habituales en los rockeros. MARAVILLOSO. Para ser sincero, ni siquiera sabía que seguía viva. Enterarme de que no sólo no estaba muerta sino que estaba allí fue cosa de un par de segundos. Penny y yo bailamos mucho y ensayamos algunos de los movimientos que he estado practicando durante las últimas semanas. Pero bailar no es lo mío.

Al día siguiente, en el mercado, no podía hablar de otra cosa que no fuera Wanda Jackson. ‘¿Wanda qué…?’ decían algunos clientes habituales, esperando el típico intercambio de palabras sobre las propiedades del pomelo. Wayne y Snooze me preguntaron si Penny era mi novia. Me parecía ridículo tener que aclarar ese punto después de tres meses de convivencia, así que utilicé mi expresión favorita: “I’m not much into girls”. Wayne me pidió disculpas por haber presupuesto algo cuando no había necesidad de hacerlo. Wayne es adorable. Y también el hombre más apuesto, carismático, intrigante y arrebatador que he conocido nunca. Lástima que no tenga ninguna foto suya para vosotros.

En ‘Garden Organics’ se cocían los preparativos de una despedida algo más exagerada (en el buen sentido) de lo que me imaginaba. Las mandarinas, a 6’90 el kilo, empezaron a anunciarse en español, con un bello cartel escrito por el artista del grupo, Stephen Ives (podéis buscar sus maquetas del nazi y belicoso Winnie the Pooh en el buscador de Google, o sus curiosas piezas de imaginería religiosa). Así rezaba el cartel:

MANDARINAS
6’90 kg
Esta es la última semana de Sergio en Garden Organics.
¡Hasta la vista, Sergio!
A Sergio le gustan las mandarinas.
¡Ánimo España en el mundial de fútbol!

Llevaba algún tiempo soñando con preparar una cena para Wayne y Snooze y sus respectivas novias. Dylan, un joven ingeniero y autor de libros de texto sobre energía solar, también fue invitado a la cena, de una manera un poco accidental pero de la que ahora no me arrepiento lo más mínimo. Los tres son lo mejor que me ha pasado en ‘Garden Organics’. Y así fue cómo el domingo veinte de junio se convirtió en una maratón de cocina no muy alejada del ambiente de tensión insostenible que se respira en reality shows australianos como ‘Master Chef’ o ‘My kitchen rules’. Esperaba la presencia de última hora de otros dos invitados, Alpesh y Priti, algo con lo que Penny no contaba y que cambiaba sustancialmente su receta original de la paella vegetariana. Durante seis horas se sucedieron tortillas, pan casero, arroz con leche de soja y el increíble calvario que puede suponer encontrarle el punto a la alcachofa. Penny y yo nos dijimos cosas horribles, lloramos y nos reconciliamos. Todo muy trágico y muy hermoso. Sus duras palabras minutos antes de la cena dan fe de lo importante que es el mundo de la cocina para los australianos: ‘diles que no tienes mucha experiencia, Sergio; así te harás perdonar’. Sí, cocinar para diez personas es una cosa muy muy seria, algo de lo que nunca me había dado cuenta. Aunque creo que puedo hacer progresos nada desdeñables en este campo, todavía es muy pronto para hacerle una jornada gastronómica a mi hermana y a mi cuñado como regalo de bodas. Tengo mucha práctica por delante. Después de los nervios, no obstante, la cena resultó mucho mejor de lo esperado. Buena comida, vino violáceo, y una conversación fluida y relajante que me acercó mucho más a ese grupo insólito que son Wayne, Jody, Snooze, Evie, Dylan. Decir que son gente de gran corazón es hacerlo extensible a casi todo el espectro australiano, pero he tenido mucha suerte de haber coincidido con gente así. No puedo decir que tenga tanto en común con ellos como con Penny, pero eso al final no significa gran cosa. Todo lo que importa es intercambiar una mirada con alguien y sentirte, durante esos segundos, en el mejor de los lugares posibles. En casa. Y eso es lo que me pasa con mis (ahora ex) compañeros de trabajo. Bless them.

Cuando todos se fueron, Penny y yo tuvimos una conversación que disipó los malentendidos anteriores y que nos acercó aún más si cabe.

Penny: “Cocinar implica mucho tiempo y mucho desgaste. Creo que te has dado cuenta de eso, hoy más que nunca. Y me alegro de que el resultado haya sido gratificante para ti, porque a veces ni siquiera lo es. Imagínate cómo se deben de sentir muchísimas amas de casa en el mundo, después de haber sacrificado todo ese tiempo para alimentar a alguien que no es consciente del esfuerzo que hay detrás. La gente que descarga ilegalmente películas tampoco es consciente del esfuerzo que hay detrás, y creo que eso debería importarte. No veo tanto una solución para ello como una conciliación de acuerdo con el estado actual de las cosas… y ahí entras tú. Tienes que creerte que lo que haces es importante y valioso. Tu arte será significativo para mucha gente en el mundo, y debes reconocer, y defender, el hecho de que necesites a alguien o algo que financie tus proyectos y te dé de comer mientras creas tus historias. Un artista aporta cosas a la sociedad y es importante que luche por una vida solvente. Tienes que comer, como cualquiera. Es lo que los artistas hacen y lo que necesitan para desarrollarse. No puedes pasarte toda tu vida en un mercado porque eso apenas te da tiempo para escribir. Y no puedes permitirte no hacer lo que te hace ser tú. Quiérete más, Sergio.”

Snooze me regaló unos calcetines de los Geelong Cats, que me pondré en la primavera austral de Argentina. Karen, mi jefa, me regaló más calcetines y me pidió que volviese a casa con todos mis dedos intactos. Es muy madre. Dylan me dio una jarra de cristal escrita con rotulador: “IN CASE OF EMERGENCY, BREAK GLASS”. En el interior, cuerdas de las que me gustan a mí con los colores de los Geelong Cats (para quien se lo haya perdido, es mi equipo de fútbol australiano). Wayne no tenía por qué regalarme nada, y no lo hizo. Bailamos juntos (fue totalmente insospechado bailar con alguien tan serio como él, y lo disfruté una barbaridad) la noche en que Jody cantó con su grupo ‘The Shambelles’ en uno de los pubs irresistibles del norte de Melbourne. Con el abrazo de Wayne bajo aquella luz amarilla, tras un lamento dulce por no habernos conocido mejor, interrumpo la emisión hasta la segunda parte de esta triste, realmente triste crónica de mi ‘farewell’ australiano.

Sergio (cantando): ‘Crying… over you… crying… over you…’
Clienta (la última): ¡Oh, that’s an oldie!
I know.
Why do you sing that song?
Because today is my last shift. And I feel like a Roy Orbison’s song.



Sergio. 30/06/10.

2 comentarios:

Maestrando dijo...

..so thrilling..
..would be reading you for a long time..

Anónimo dijo...

Espero que tambien cocines alguna vez para mi, ya sabes que no soy nada exigente, puedes abrir una bolsa de patatas, otra de gominolas, un vino y ya esta, con tu presencia y conversacion sera la cena perfecta. ja ja Besos
Ludy