sábado, 30 de enero de 2010

117. La tubería.


La vida debería ser más absurda todavía. Hablemos de gente absurda.


- Los Chambers.


Llevo trabajando para los Chambers unas dos semanas y media, parones publicitarios incluidos (cortesía de la lluvia). John es el patriarca, hippie reconvertido en hostelero, como tantos otros. Se mudó a los confines del bosque hace treinta y cinco años, supongo que para no ser descubierto, y ahora tiene cuatro hijos, dos nietos y bastantes problemas respiratorios y cardiovasculares. Su mujer se llama Pam o Pat, y es maestra. Ninguno de los dos se priva a la hora de comer, y detestan limpiar lo que ensucian. Les encantan las novelas y el cine de ciencia ficción. Citando a John: “We are sci-fi people”. Y tanto.


Yo con John no me entiendo. Los desarreglos comunicativos comienzan con la frase “This is what we are going to do…”; a partir de ahí comienza el típico farfulleo australiano del que no suelo salir con éxito (de momento). El léxico del mundo de la construcción es superior a mí. La cosa se pone peor si John tiene que darme instrucciones a distancia. Una vez tuve que arrastrarme entre las vigas de madera que sostienen su casa para cortar una cantidad mareante de cables que ya no iban a ser utilizados.


Tira de ése de ahí.

¿Cuál, John?

El blanco.

¿Cuál de los blancos?

Ése.

No sé a cuál te refieres.

El de la derecha.

¿Tu derecha o la mía?

La tuya… no… ése… ¿no lo ves? El que es más gordo que ése otro.


John tiene mucha maña, pero la edad y el volumen que ha ido adquiriendo su cuerpo le impiden agacharse y hacer todas las tareas sucias de las que yo me ocupo. Por lo general, es un jefe afable muy dado a los piropos: “Eres un chico listo, Sergio” o “No tienes mucha experiencia, pero eres trabajador”… En fin, todo lo que se dice cuando se está pagando de forma discreta a un empleado nada cualificado pero harto voluntarioso. Sin embargo, hace poco que los piropos se le cayeron de la boca. Yo estaba cavando una zanja alrededor de una tubería de agua muy visible. No era como al principio, cuando no sabíamos a qué nos enfrentábamos bajo ese barro misterioso. No. Esta vez la tubería estaba plenamente desenterrada y lista para los fines que John dispusiera. Había que ser muy tonto para partirla en dos. Y he de decir que si hubiese intentado romperla, no me habría salido de forma tan limpia. El agua empezó a dispararse en todas direcciones con una furia pasmosa, y yo lo primero que hice ante tal evento fue rascarme la cabeza. Luego me abalancé contra el chorro, pensando que mi cuerpo podría detenerlo. Error. Llamé a John, primero de forma delicada, luego gritando. Cuando éste se dio por aludido, cerró por fin la llave del agua, lo que no impidió que yo, tan campante, me dirigiera a quitarme el lodo del cuerpo con la manguera.


¡John, esto no funciona!

¡PORQUE ACABAS DE CARGARTE LA TUBERÍA DEL AGUA, IMBÉCIL!


No lo dijo así, pero debería haberlo hecho. En mi defensa diré que estaba muy nervioso. En parte porque esa misma mañana había tapado varios agujeros con cemento, para que no entrasen las ratas en la despensa, y había quedado muy contento con el resultado. Incluso me permití un flirteo con su hija, Lauralee:


¿Lo has hecho antes, Sergio?

Laura… sé cómo tapar un agujero…


Fue una frase desafortunada. Si el delantal de Lauralee se hubiera caído al suelo, dejando al aire su pálida desnudez, cual película educativa de albañiles y amas de casa insatisfechas, no hubiese podido reaccionar. Soy un hombre incompleto.


Varias horas después, bajo una lluvia que no hizo más que empeorar las cosas, John arregló malamente la tubería maltrecha mientras yo extendía un plástico protector sobre su cabeza. Aunque me había dicho que no me preocupase, que eso le podía pasar a cualquiera, tenía el presentimiento de que ese incidente iba a repercutir en mis incursiones por su jardín. ‘Maldición’ pensé, ‘ya no me van a dejar coger el hacha, o el martillo de acero, con lo que me gustan’. Por lo pronto, ni siquiera me ha vuelto a llamar. A todo esto, Lauralee se partía el culo. Esa tarde me condujo de vuelta a casa (yo iba envuelto en toallas para no resfriarme) y, como es habitual en ella, quiso contarme la vivencia de la tubería rota desde su punto de vista, dando miiiiiiiil rodeos y atragantándose por la velocidad de sus palabras.


“…ha sido muy divertido, porque John se pone nervioso con estas cosas y puede llamar a cinco personas a la vez sin saber qué es lo que quiere de cada una de ellas, y cuando me llamó a mí estaba comprando en el supermercado, claro, tardé más de la cuenta porque vi una oferta de dulces y adornos de Navidad por un dólar, cuando antes costaban diecinueve con cuarenta y cinco, qué más da que ya haya pasado la Navidad, ¡un dólar!, y me los compré todos, los bombones de nuez de macadamia, porque me encantan las nueces de macadamia, aunque engorden, mi hermana las toma a menudo y así está, y luego vi unas orejas de reno muy monas que se las voy a poner a mi perro en cuanto llegue a casa, ya verás qué risa, con lo mal que anda el pobre y encima con orejas de luces, y también tenía que comprar jabón para el coche y manteles de plástico para la fiesta del domingo, y cuando salgo al parking, ¿qué veo?, que hay muchos más coches que cuando llegué, pero una barbaridad de coches, se ve que todo el mundo los sacó porque llovía, y ya me ves a mí dando una vuelta horrorosa para poder salir y mientras tanto el móvil sonando, y como lo tenía en el asiento trasero no podía cogerlo a menos que hiciese una flexión…”


BLABLABLABLABLA. Todo esto para decirme que John la había llamado para que comprase una pieza en la ferretería, sin la cual no podía arreglar lo que yo había roto. Así es Lauralee. Se lo perdonas porque esta chica es el tino personificado. Siempre tiene resaca, o le duele el dedo del pie porque se la ha caído una pizarra encima (¿?), o está jodida porque no se acuerda del nombre del perro de “Padre de familia”. Con sus padres habla de todo lo que se le pasa por la cabeza.


Ocho y media de la mañana. Salón de los Chambers.


Lauralee: Ay, papá, estoy borracha de ayer todavía.

John: No me digas.

Lauralee: Si me llegan a parar los de tráfico todavía doy positivo.

John: Por eso no quiero que vendas marihuana desde el coche.

Lauralee: Papá, no soy una puta estúpida.

John: Ya sé que no, amor.


Algunos pensarán que esto es exagerado, o irreal, pero no lo es. La gente de Yungaburra es así. Completan el cuadro la hermana menor de Lauralee, que lleva pamela dentro de casa y que a sus diecisite años viste mantillas y fulares de señora de cincuenta; y Mark, uno de los hermanos mayores, guionista incipiente que me ha pedido mi opinión sobre un proyecto de sitcom comedy acerca de una nave espacial llena de capullos a bordo (me recuerda a la española “Plutón berbenero”, pero es harto improbable que él haya llegado a verla). Sí, los Chambers son, definitivamente, “sci-fi people”. Y yo les he dejado sin agua para todo el fin de semana; a ellos y a sus clientes, que han tenido que marcharse. Yo, si la lío, la lío pero bien.


- Kate, Damian, Matt.


El albergue donde habito se distingue por su buenrollismo nada forzado. ¿O sí es forzado? Repasemos. Para Kate, una moza dicharachera con unos senos que desafían la ley de la gravedad, todo parece sencillo y factible, porque para ella apenas hay problemas en el mundo. Sus expresiones más socorridas son “Fair enough”, “That’s the way!”, “No worries, mate!”, y mi preferida, habitualmente pronunciada cuando se refiere a algún lugar común o a alguna situación típica: “Classic!” Adoro a esta mujer, es cotarro puro. Su celoso novio, Brendan, viene de vez en cuando y me arrincona con sus conversaciones suspicaces.


Así que fuiste al pub el viernes pasado con Kate…

Sí.

¿Qué tal lo pasasteis?

Bien. Estuvo muy bien.

Seguro. Uno se lo pasa muy bien con Kate, ¿a que sí?


Creo que Brendan ya está al tanto de que soy un hombre incompleto, así que dejará de preocuparse por mí y empezará a pasar revista al resto de los varones que pisan este planeta. A Kate le fastidia este aspecto de su novio, lo que no es de extrañar, porque ella tiene mucho tino, y se tira un montón de pedos cuando va borracha, y no es fácil encontrar a una chica con todas estas aptitudes.


Damian y Matt se turnan a la hora de hacer los circuitos turísticos por Yungaburra. Damian (al que conoceréis por las fotografías que os dejé en el post anterior) sonríe mucho. Demasiado. Creo que si la corteza terrestre se resquebrajase y el magma volcánico empezase a corroer sus piernas, seguiría mostrando esa hilera repugnantemente perfecta de dientes blancos. Dejando al margen este detalle, que puede esconder a un ser mucho más oscuro de lo que su higiene bucal sugiere, Damian se ha portado estupendamente conmigo y, no entiendo por qué, le caigo realmente bien. En el otro extremo, viviendo al margen de la sociedad con su perra Macy, tenemos a Matt, al que no hay que confundir con el otro Matt alcohólico del que os hablé en la primera parte de mi disertación sobre el exigente mundo de la droga. Este Matt es un australiano cerrado que vive en su caravana y sueña con la libertad. Le gusta tirarse a todas las turistas con las que ve una mínima posibilidad de roce. Incluso está escribiendo un libro sobre ello, titulado “Confesiones de un guía turístico”.


Matt: Trata de sexo, drogas y rock and roll.

Sergio: Muy bien. Aunque podrías prescindir del rock and roll.

Matt: Tienes razón.


Me dio la brillante idea de probar suerte en el mundo de las editoriales de guías turísticas y libros de viajes, algo que nunca había considerado con la cabeza fría. Veremos qué pasa.




Me despido. Ya sabéis lo que sucede el 2 de febrero. En primer lugar, nominaciones a los Oscar. Nada especialmente interesante. Ya he visto “The hurt locker”, la opción independiente del año. Es una buena película bélica, casi diría que muy buena, pero en mi opinión, la miniserie de siete episodios “Generation Kill” es infinitamente superior (sin condenar a sus personajes resulta menos conservadora que la visión de Kathryn Bigelow). Y cómo no, a eso de las cinco de la mañana (hora española), los ordenadores empezarán a echar humo para descargarse la season premiere de “Lost”, y yo ya tengo forma de verla (no sé si sucederá así con el resto de la temporada) así que nos vemos y debatimos y teorizamos y nos la comemos en el próximo post. Salud.


¡Juliet robó el pan de la casa de San Juan!

¿Quién, yo?

¡Sí, tú!

Yo no he sido.

Entonces, ¿quién ha sido?


Sergio. 30/01/10.

2 comentarios:

Maestrando dijo...

Jajaja.. ahí fiera!.. vaya circo te rodea..
Me encanta ver, que sabes no perder el humor.. Ojalá no les de por descontarte, el posible beneficio de clientes insatisfechos por falta de agua corriente..
Cuando esté haciendo mi casita, contaré contigo, si andas cerca..
Un abrazu; GRANDE!

Anónimo dijo...

Tremor necesita un par de reparaciones... ¿te apuntas?

Ludy