domingo, 24 de enero de 2010

113. Los que han sido llamados (Primera parte).



Hola, chatos. Sigo viviendo “en el canguro”, sigo trabajando con los Chambers (aunque con menos regularidad, porque está lloviendo constantemente y la tierra que tengo que excavar se vuelve cenagosa), sigo limpiando retretes y barriendo dormitorios de mochileros, y la vida es bastante hermosa y apacible, de esta guisa. Pero hoy vamos a hablar de otros temas.

El día que estuve desentrañando pollos conocí a Matt y a Ben, dos europeos que también se ganan la vida en Oz. Son gente despierta y afable que entra en la categoría de “mochilero con el que se puede hablar de algo que no sea rutas de viaje y clichés sobre nacionalidades”. También consumen toda la droga que pueden y beben hasta que les tiemblan las piernas. No son muy cautos. En Oz, la sola posesión de marihauna te puede llevar fuera de sus fronteras. Eso no pasa en Canberra, donde el cultivo y el consumo sí son legales. Con los ácidos sucede otra cosa muy curiosa. No te llevan a la cárcel, sino al hospital; es decir, no se te considera un delincuente, sino un suicida, y como tal te administran ayuda psicológica. Estas medidas han sido emprendidas por drogadictos, sin duda.

Durante unos días estuve frecuentando el porche de la casa de Ben, un espacio rústico-setentero con vistas a una bella granja azul. Allí éramos visitados por ranas de ojos rojos y roedores enormes. A las tertulias se unía Lauralee, o Miss Chambers, a la que ya todos deberías conocer y reverenciar. La conversación no iba muy allá, pero hubo algo que nos llamó mucho la atención. Ese algo es Nico.

Nico: los aborígenes australianos tienen una droga mucho más potente que el peyote. Se saca de la corteza de un árbol, y se chupa. El viaje dura diez o quince minutos, pero es mucho más severo que ningún otro. Yo sólo lo probé una vez. No necesito más. No soy muy inteligente. Los chamanes y los políticos de Canberra la toman, pero ellos sí son gente inteligente. Sí la necesitan. Tienen que estar lúcidos de verdad.

Nico tiene un espejo de la droga en sus dientes. Nació en el Pirineo francés, en un pueblo de diez casas habitualmente sellado por la nieve. Ahora vive pintando paredes, talando algún que otro árbol en el norte de Queensland, conduciendo tractores, haciendo casi cualquier tipo de trabajo imaginable. Flaco y rubio como una colmena, Nico es el otro huésped permanente de “On the wallaby”, y cuando no está cerrado en sí mismo o haciendo círculos de tierra en el suelo de su dormitorio, mantiene conversaciones bastante interesantes. Suele adentrarse solo en el bosque, y tiene los suficientes conocimientos como para salir vivo de allí después de dos días. Estoy hablando de un bosque con serpientes y arañas venenosas y bichos de cuento de hadas. ¿Qué hace en la naturaleza? Según él, lo siguiente:

a) Buscar, recoger y consumir hongos alucinógenos. No comercia con ellos.
b) Hablar con las piedras. Las rocas adecuadas te pueden poner en contacto con los muertos.
c) Enfrentarse a las fuerzas del bien y del mal, como quiera que éstas deseen manifestarse. Nos contó que una vez tuvo que pedir perdón al diablo, y éste, en respuesta, le abofeteó.

El bosque tropical en el que vive Nico es una caja de sorpresas pertinentemente iluminada. No sólo alberga una de las mayores despensas de drogas calmantes del planeta (morfina, cocaína, quinina, cafeína, nicotina) sino que el 70% de estas plantas tiene propiedades anti-cancerígenas. Los árboles despliegan con orgullo unas raíces que parecen pitones, y el suelo es mullido y traicionero. No quiero ni imaginarme cómo debe ser una noche de lluvia bajo las ramas de este universo, pero Nico lo vive con la generosidad de quien se ha dejado ir. O de quien ha sido llamado. Porque yo creo que no somos nosotros los que escogemos la droga, sino la droga la que nos escoge a nosotros. Hay quien la vive, la sufre o la desprecia. Ésa, en general, es una división aceptable a la hora de intentar comprender por qué el mundo es como es. Tres tipos de persona (si el conflicto fuera, realmente, entre dos partes, todo se habría terminado hace mucho tiempo; es por eso que casi todas las religiones hablan de una trinidad) y una llamada. Los que la perciben como ruido duermen en el océano. Los que enloquecen al escucharla se creen profetas, pero sólo acaban llegando a artistas. Los que abandonan todo para seguirla caminan vacíos por el bosque.

Ben: Me encantan las drogas. Pero no quiero que el diablo me abofetee.




Ayer vi “Antichrist”, de Lars Von Trier. Bastante peor de lo que imaginaba. Si Charlotte Gainsbourg, a la que no se puede llegar a entender ni compadecer, se hubiera hecho la famosa ablación en un plano general, el impacto hubiera sido mucho mayor que en ese inserto ridículo y desagradable, clítoris de plástico incluido. Nunca había visto a un Von Trier tan torpe, dando rodeos alrededor de una idea que parece demasiado grande para él. La película enferma, cansa y duele. Pero agradezco que se hagan cosas así, porque sin una película fallida no hay una obra maestra, y creo que es bueno amarlas a ambas. “El caos reina”. En lo que respecta a “La cinta blanca”, y contestando a Nabil por su comentario de la última entada, a Haneke le ha llegado la aceptación unánime con una historia que es mucho más accesible y “estética” que las otras. Yo también prefiero “La pianista”. Además, hay secuencias prácticamente recicladas de Bergman, pero con menos tacto. Sin embargo, el sentimiento invisible de la atrocidad sigue estando ahí. Me encantó el momento en que el profesor da un paseo en carromato con su prometida, y ésta empieza a temerle cuando él se desvía del camino. El espectador, arrastrado por una turbiedad cuyo origen no puede explicarse, pasa de la seguridad a la inseguridad en un ejercicio maravilloso de puesta en escena. No tiene la empatía de sus polémicas anteriores, pero “La cinta blanca” sí cuenta con secuencias memorables.

Matt y Ben se han marchado a un paraíso de mochileros llamado Byron Bay, y no creo que vuelvan. Pero ellos tampoco son de los que se pierden, como la célebre porreta que chillaba por las faldas del Himalaya. Nico, una estricta concubina de la droga, detesta el alcohol y vive amarrado a la tierra. A Ismael, que sí sabe lo que es escuchar, le encanta este hombre. A mí me da muchas ideas a la hora de intentar comprender a dos personajes de ficción que tengo en mente, pero también respeto mucho su actitud evasiva y su propensión al silencio. Se esconde.

Me gusta mucho este lugar del mundo. Sólo necesito que las lluvias paren un poco y me dejen trabajar todo lo que pueda. Mientras el viento entra por todas las puertas de este salón de piedra, pienso y lamento mucho haberme puesto algo pedante en los párrafos anteriores. Me gustaría ser menos pedante, y me gustaría ser menos perezoso a la hora de cambiar las cosas que escribo y no me gustan, pero hay cosas que no se pueden cambiar fácilmente y tengo que dejar que el tiempo se haga cargo. Es como intentar aprender los nombres de todas las cosas que existen cuando eso no es posible, y sólo te queda conformarte con lo que aprendes día a día. Por poco que sea, es lo único que tenemos. Salud.

Sergio. 24/01/10.

2 comentarios:

Maestrando dijo...

..cuidao.. con eso de chupar sapos.. ! no sea que bajo el barro de la piel, aparezca lo inimaginable.. jejeje...
Abrazu..

Anónimo dijo...

Creo que me acabo de hacer fan de NICO. No digo más.

BARCI