martes, 8 de diciembre de 2009

CVIII. Season finale: el planeta bajo el impacto de un meteoro.



India: una acumulación agotadora de paradojas.
India: padre, madre, pálpito, panteísmo.
India: en ningún caso una parte del todo.

Cuando leáis esto, amigos y amigas, estaré ya en Australia Oriental, tratando de iniciarme en el maravilloso mundo de las cosas que crecen del suelo y nos procuran sustento. Pero eso forma parte de la segunda temporada de “Miss Kalashnikov”, llena de intriga, pasión (espero), cocodrilos, corales y bosquimanos. Será una etapa llena de sorpresas para todos nosotros (Ismael, Sergio, los lectores). Para ello, me dispongo a concluir esta primera temporada de la manera más floja que se me ocurre: haciendo resumen de todo lo que ha dado de sí el año. No sin antes rescatar del olvido las cosas que pasaron a última hora y que he tardado días en digerir, no tanto por la espectacularidad, sino por las prisas que conlleva salir de un país y aterrizar en otro.

Sabíais por los últimos episodios, menos traqueros de lo habitual, que había salido de Kerala una semana antes de salir de India; que me había llevado a mis amigos de paseo por las colinas de Wayanad; que me había aventurado en una contrarreloj por Maharashtra para ver las cuevas de Ajanta… y, no contento con tener una agenda apretadísima de eventos de última hora, decidí escaparme para ver el único impacto de meteoro sobre roca basáltica del mundo. Todo eso sucedió hace 50.000 años, como quien no quiere la cosa. El cráter es tan espectacular como la palabra “meteoro” promete, y le ha salido, con el discurrir de los milenios, un lago de aguas verdes que son buenísimas para la piel. Doy fe.

A día de hoy, el cráter está a las afueras de la localidad onírica de Lonar, o mejor dicho, Lonar está en las inmediaciones del cráter. El viaje en autobús desde Fardapur a Lonar fue uno de los más surrealistas que recuerdo, con traqueteos y saltos imposibles; en uno de ellos, lancé un “FUCK!!” sobrecogedor al clavarme un hierro del asiento en el hueso del culo (que no en el culo). No creo que por esos lares entendiesen el significado aberrante de esta palabra maldita, pero aún así fue una imprudencia. Qué le iba a hacer: el dolor lo merecía. Antes de llegar a Lonar, una jauría de estudiantes de tenth standard me asedió con preguntas acerca de las estrellas de Bollywood. Me duele explicar lo cansino que todo esto resulta, sobre todo cuando ese ciclo de preguntas se convierte en un bucle espacio-temporal muy preocupante. No obstante, a veces se conoce a gente extraordinaria con la tontería del “Your country, sir?” / “Why you not married, sir?”, y demás palabrería que involuciona tu aprendizaje del inglés.

El único hotel de Lonar estaba asediado por una boda musulmana. Cuando llegué al patio, además de no encontrar la recepción por ninguna parte, me vi atrapado por un sinfín de miradas sorprendidas, barbas teñidas de naranja, niñas pintarrajeadas como puertas. Nadie sabía nada, nadie entendía nada, el meteoro debía haber caído hacía media hora solamente. Una vez hechas las presentaciones con el personal del MTDC Resort (de resort, nada), el hermano del que se casaba, un policía muy apocadito, me invitó a comer con el resto de invitados. Entré en una especie de sala de conferencias que más bien parecía un polideportivo prehistórico; allí era donde los varones iban a devorar su byriani. Muchas manos lucharon por el privilegio de ponerme un gorrito blanco de ésos que se ponen los musulmanes (vergüenza debería darme; un año viviendo con ellos y todavía no controlo el léxico básico), pero después de hacerse fotos conmigo me lo quitaron enseguida, justo cuando ya le había cogido cariño y estaba a punto de profesar la fe de Alá. Todo era muy extraño; la reunión me recordaba a un cuadro de la Revolución Francesa que había visto en un libro de texto del instituto, pero todavía no tengo muy clara la conexión. Durante la comida, primero pusieron los platos, y luego el mantel. No he de decir que engullí como un animal, tal y como se esperaba que hiciese. Al concluir, un viejo de dientes espantosos me echó de la mesa de malas formas. El hermano del novio volvió en mi ayuda y me hizo sentarme con él y sus amigos, creando un cisma en la ortodoxia matrimonial de aquel domingo. Los viejos discutían entre sí y los niños daban palmadas de excitación. Yo no tenía ni idea de a qué venía tanto alboroto. El caso es que el mismo joven que me había invitado a la celebración una hora antes me acabó pidiendo que me fuera por donde me había venido. Eso hice, mientras comprobé que había vuelto al estado cero en el que todos me miraban con una sorpresa impenetrable. Yo ya estoy acostumbrado a la bipolaridad de los indios, pero su arsenal ilimitado de giros narrativos siempre me acaba pillando desprevenido.



El cráter de Lonar está cargado de una energía hostil, pero no maligna. La flora que se precipita por sus desfiladeros es espinosa y raruna, así como los pajarillos verdes que cantan con voz semi-humana, los pavos reales descontextualizados y los monos langures, protagonistas de algunos segundos intensos del día. Ya me topé con uno de esos monos cabrones en el aparcamiento de autobuses de Ajanta. Era un bicho grandísimo, y se acercó a mí enseñándome los colmillos y levantando la cola hasta el cielo. Advertido de su agresividad, intenté ser lo más discreto posible en este segundo encuentro. Los monos se balanceaban a pocos metros del lago bajo el cual, dicen, se encuentra todavía el gran pedrusco. Varios templos o ruinas de templos se reparten el dominio de la orilla, y los langures, que tienen un gusto muy exquisito, han tomado el más espectacular de todos ellos, presumiblemente dedicado a Siva. Allí es donde yo decidí bañarme, bajo la sombra morada de un árbol seco pintado de colores extravagantes. Los monos me miraban atentamente mientras yo notaba elementos perturbadores en el sonido de las ondas acuáticas. Aparte de esa vibración, poco más se podía oír en aquel lugar espectral. Estaba tan embebido que me fui de allí sin recoger las llaves del hotel, elegantemente olvidadas sobre una roca. Cuando volví a por ellas, el templo parecía un fotograma de “El planeta de los simios”, aunque, pensándolo mejor, guardaba más relación con la última escena de “Los pájaros”, ésa en la que Rod Taylor ha de moverse sin hacer ruido para no despertar la furia de las aves. Decenas de monos fingiendo desinterés, cientos de ojos tan profundos como el meteoro en su éxtasis espacial. Así eran los señores langures, dueños del lugar, dioses en la fantasía alcalina del cráter. Tuvieron clemencia: cogí mis llaves y me escapé ladera arriba (y es que ese cráter no te deja salir hasta que no ha acabado contigo).



De Lonar a Aurangabad, un sitio al que le acabé cogiendo mucho cariño, pero donde sólo sucedieron cotarros cotidianos (recuerdo a Catherine Deneuve en “Les demoiselles de Rochefort”, cuando protesta: “Hoy me siento tan cotidiana…”). Y de Aurangabad al aeropuerto de Bangalore, donde esta primera tanda de episodios llega a su fin. A mis espaldas, once meses en India, y sigo sin comprender de qué va todo esto.

India: te joden la cabeza con familias de piel blanca.
India: no puedo dejar de mirar, imposible de repetir.
India: en algún lugar un hombre se sentó en el suelo, se fumó un cigarro y murió.

No voy a intentar entender lo que he vivido. El tiempo hará lo que quiera con esas percepciones que ahora sólo me evocan confusión y una extrañeza creciente. Confieso que no es muy difícil encontrarte en una posición que no te creías poder adoptar. Era muy fácil tener pensamientos paternalistas a pocas semanas de iniciar el viaje, pero no he sentido que haya ayudado a nadie en este país más que a mí mismo (tal vez he conseguido algo con mis alumnos, en Delhi). La vivencia del horror me ha dejado tan pasmado que no he sabido muy bien salir de ahí. Me he movido relativamente bien, pero a costa de resetear mi mente muy a menudo (tal y como hace un indio normal y corriente). He visto a gente haciendo cosas maravillosas por los necesitados, y a voluntarios haciendo cosas realmente egoístas e innecesarias. He sentido pánico, indiferencia, compasión, impotencia. Me he quedado al margen del lenguaje, una llave preciosa para entender algo que sólo me ha sido permitido vislumbrar a través de los ojos, el cuerpo, el sonido. He visto a Dios en un estado de soledad acuciante, y mi vida ya no será la misma. He querido querer a todo el mundo (y ser querido, grandísima trampa) para acabar, sorprendentemente, queriéndome más a mí mismo de lo que nunca había hecho. Soy muy feliz. ¿Por qué?



India: el atasco de la mente se salda con luz; no es el nirvana todavía, es la aceptación.

En el puzzle del año ha habido piezas de colores tan llamativos que siempre acudiré a ellas en primer lugar para intentar componer la estructura:

10) Entré en Costa Malabari y me presenté como si fuera, realmente, un escritor. A día de hoy, ya me lo he creído, y no puedo ser otra cosa distinta. Kurien y Padmini me ofrecieron café y tortilla mientras la luz de la mañana entraba por un ventanal en forma de ojiva. No estaba seguro, pero intuía que ése era el lugar, y ésa era “la gente”.

9) Subiendo por la escarpada ladera del cráter de Lonar, un indio me llamó desde la sombra. Era la hora del crepúsculo. Su pluma y el enclave escogido lo decían todo. Me fui sin decir nada, mientras el chaval gritaba “Please!!!!” a mis espaldas, con un tono de voz que no podré olvidar. No sé de dónde he sacado la dignidad, pero ahí está.

8) Los niños jugando en las montañas de sal. Familias que han aceptado su destino miserable en el desierto del Pequeño Rann de Kutchch, pero sin abandonar esa mirada de incógnita con la que te reciben, tan íntima como un escupitajo. Versión dormida de la locura. Leí “A separate reality” bajo las estrellas, y tomé té con los curas.

7) Tuve un orgasmo de luz y sombra caminando por las calles de Bandipur (Nepal), en la hora del apagón diario. La vida se cargaba de magnetismo. Bandipur es un sinónimo de felicidad colectiva de la que te cuesta no desconfiar. Todos eran felices y te hacían feliz.

6) Trevor entró en las dependencias del “Bar Broadway” de Calcuta. Empecé a creer que algunas cosas suceden a pesar de que las desees con todas tus fuerzas. Hablé mucho, amé mucho y me emborraché como un caballero.

5) Irumban me dijo que el sol se escondía para nosotros, pero que saldría enseguida para otra gente. Un razonamiento tan sencillo esconde, posiblemente, una de las pocas cosas que merecen la pena saberse.

4) Al norte de Leh, en Ladakh, una arboleda y una colección de stupas me regalaron el abrazo sensorial más contundente del año.

3) Entré en una clase y, sin saber muy bien cómo, hablé de cosas que ya no recuerdo pero que estaban relacionadas con la gramática española. Charo se había ido, pero la vida seguía.

2) Las bhagavatis o diosas del theyyam. Nunca pensé que podía abandonar mi cuerpo como lo hice en presencia de la posesión de Pradeep, aquella milagrosa (y calurosa) mañana de marzo. Mi última y devota visita a Muchilotu Bhagavati me ha enfrentado con una faceta de mí mismo que no visitaba desde mis años beatos de infancia. Pero aquéllo estaba lleno de miedo y odio. Y esto es una entrega incondicional de amor y fe.

1) El mejor momento siempre se olvida.


India: dolorosa recreación en lo que crees que no eres tú.

FINAL DE LA PRIMERA
TEMPORADA DE
“MISS KALASHNIKOV”.


Sergio / Ismael. 8/12/09.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de leer el post completo,sólo puedo decir que siento nostalgia hasta yo, y no he vivido nada de lo cuentas...Espero que estés muy bien y que en tu nueva etapa de verdad consigas lo que te propones.
Se te hecha en falta....un beso y un abrazo.
Gra

Anónimo dijo...

Serge, me he perdido unos cuantos episodios de tus aventuras, pero mucha suerte en Australia y estoy deseando poder comentar contigo el ardil de Elizabeth Mitchell en V!!!

Fdo.:
El que algunos llaman Francisquita...