domingo, 6 de diciembre de 2009

CVI. “Inland Empire”, y poco más.



He estado pensando en lo mejor que nos ha dejado la década. Al menos en el terreno audiovisual, que es el único que controlo dentro de mis limitaciones (no sé nada de música; no sé nada de literatura; no sé prácticamente nada sobre nada). Tampoco es que haya visto mucho cine, así que sólo puedo juzgar las películas contemporáneas que me han intrigado. En general, veo mucho más cine clásico que moderno. Tal vez no sea muy sabio, pero no está de más recordar que todo está prácticamente dicho desde la década de los cuarenta.

Creo que Inland Empire es la película más valiosa de la etapa 2000-2009, y la interpretación protagonista de Laura Dern es, asimismo, lo más maduro y arriesgado que ha llevado a cabo un intérprete. Las mofas que recibió por parte de los críticos dicen mucho del papel ridículo que juega la “prensa especializada” como barómetro de la actualidad cinematográfica. (Nota: hace poco, Carlos Boyero llegó a decir que Lars Von Trier debería ser encerrado en un sanatorio mental; ¿qué seriedad es esa?).

David Lynch siempre cuenta la misma historia. De hecho, cada vez lo hace todo más y más simple. En este caso, el sub-título o frase promocional no podía ser más explícito: “Inland Empire: a woman in trouble”; o la vida soñada de un personaje enajenado por un amor no correspondido. Con esta premisa tan machacada, incluso por él mismo (“Lost Highway”, “Mulholland Drive”), Lynch se atreve a hacer algo que unos comparan con el video-arte y que tal vez sea mejor relacionarlo con el cine que está por venir (Jordi Costa lo llamó post-cine en su crítica para Fotogramas). Los que se quejen de que el séptimo arte está muy por detrás de sus compañeras deberían echarle un ojo a esta película, aunque dudo que la hayan dejado escapar, puesto que es lo único realmente salvable de una década-atolladero en que las fórmulas reformuladas han atascado el ideario colectivo hasta asfixiarlo. “Inland Empire” es el metalenguaje llevado a los límites de la percepción; como siempre en Lynch, un intento logradísimo de abrir los canales de la mente a través de una potenciación extraordinaria del sonido; un viaje multirreferencial que nos habla de lo que no podemos controlar; una casita de muñecas; una experiencia estética única, delirantemente plástica, tan insobornable que a cada visionado resulta más feísta y extrema; tres horas de cine que te hacen sentirte más inteligente y más vivo. Por si fuera poco, “Inland Empire” está grabada en Mini DV. No sólo posee la estructura narrativa y el mensaje más acorde con los tiempos que corren; también se adapta a una tecnología que potencia, precisamente, esa expansión cósmica que tanto le está costando al cine convencional.


Laura Dern, actriz rara y fascinante,
y Grace Zabriskie en “Inland Empire”. Sin palabras.


Michael Haneke es el otro grande, y eso que no he tenido oportunidad de ver todavía “The white ribbon”. Sólo con “La pianista”, “Caché”, o incluso con la menospreciada pero interesantísima “El tiempo del lobo”, merece estar entre lo mejor que ha dado el cine en los últimos diez años (él ya era lo mejor que había dado el cine en los noventa; nada cambia). Repito: hablo del cine que yo he visto. También Lisandro Alonso, Claire Denis, Ang Lee, Pedro Costa, Quentin Tarantino o Carlos Reygadas han hecho cosas estupendas. A éste último se le puede achacar fácilmente su exhibicionismo, a pesar de que no hay ningún creador que no sea exhibicionista; el hecho de que Reygadas magnifique esa tendencia por la vía de la monstruosidad se justifica (en parte) por su éxito a la hora de mostrarnos los tabúes de los que estamos construidos. Su mejor película es “Batalla en el cielo”, y temo por los derroteros que pueda tomar tras su última y algo gélida propuesta, “Luz silenciosa”. Costa y Alonso, cada uno en su estilo, son maravillosos, pero de ellos sabe mucho más mi amigo Diego. “Juventude em marcha”, dirigida por el primero, es tan significativa como un abrazo, una película descaradamente verbal con un amor insólito en su retrato de personajes. Y de Lisandro Alonso no lo he visto todo, pero su punto de vista me seduce muchísimo, tal vez por considerarlo muy próximo al mío (veo “Liverpool” o “Los muertos” y me parece encontrarme a mí mismo en mis observaciones cotidianas).

La felación más famosa de la década,
en la apasionante “Batalla en el cielo”, de Carlos Reygadas.

Tengo una vena mainstream muy marcada, por mucho que pretenda disimularlo, y creo sinceramente que “Brokeback mountain” es una obra maestra, aunque sólo sea por esa escena en la que una madre reconoce al verdadero amor de su hijo en el rostro desencajado de Ennis del Mar (Heath Ledger), y le ruega: “Ven a vernos de vez en cuando”. ¡Cielos! Luego está la sincera y auto-complaciente banalidad de Tarantino; contra todo pronóstico por mi parte, cada vez hace mejores películas. Cuando fui al cine a ver “Death proof” pasé un par de horas tan divertidas que no podía creérmelo; incluso chillé con la última escena. (Me pasó lo contrario con “La pianista”: el mundo entero se había convertido en silencio). Ahora que el cine independiente norteamericano está tocado de muerte, merece la pena seguir a quien todavía no ha sucumbido y sigue haciendo (porque se lo permiten) lo que le sale del rabo.

Sin embargo, y mira que no me canso nunca de decirlo, lo mejor está en la tele. En la tele norteamericana, para ser más precisos, aunque la pequeña pantalla británica también ofrezca perlas muy desapercibidas (como le pasa a su mejor cine; o si no, mirad la escasa repercusión de la monumental “Hunger”, de Steve Mcqueen). El Reino Unido es un país que ofrece mejores formatos de sit-com, mientras que los americanos son muy buenos (lo han sido siempre) con el drama: “The Wire” y “Lost” son, posiblemente, el mejor entretenimiento de la década, y en muchos aspectos, también el más sesudo. Mi último descubrimiento lleva emitiéndose ya seis años en la inglesa Channel 4, y se llama “Peep show”. A pesar de ser la historia de dos jóvenes compartiendo piso, ligues, etc., toda comparación con “Friends” se queda en una desafortunada coincidencia. Mark y Jeremy son tremendamente mezquinos, en especial éste último, y muestran con brutalidad lo que significa la vivencia de los veinte y los treinta en un país desarrollado. Hay mucha caca, culo, pedo, pis… hay mucho sexo, drogas y música techno… hay mucho desbarre y gratuidad… pero no he visto nunca una serie tan divertida. Una de las críticas que leí la definía perfectamente: “…dolorosamente divertida…” Le viene al dedo.

Lo que no es ficción (o sí, según se mire) pero también es televisión y también forma parte de la cultura audiovisual de la década, es el “reality show”. Me refiero, como muchos habituales ya intuirán, a “Gran hermano”. Me gusta GH porque es el “Saló…” del nuevo milenio; no genera la controversia de un Pasolini o un Marqués de Sade porque ya hemos llegado al nivel de degeneración que éstos anunciaron en su día. No nos escandalizamos con la vivencia de la mierda, sino que la ingerimos y la defendemos. Me parece lo mínimo que debemos hacer. Sin ir más lejos, me llegan noticias de un escándalo en el que una concursante de GH11 (Indhira, para ser más exactos, como Indhira Gandhi, ese ente tan luminoso y tan oscuro) ha sido expulsada del programa por caer en la locura y tirar un vaso con cubitos de hielo a la cara de otra concursante. Habría qué discutir varias cosas al respecto. En especial, qué es lo que esperan que alguien haga dentro de la casa de GH. Es evidente que todo radica en la tortura psicológica, por mucho que digan lo contrario. La belleza e interés del programa es su explosión premeditada, ésa que hacía eyacular a los representantes del poder en “Las 120 jornadas de Sodoma”. Como me imagino (sin verlos) los debates sobre violencia audiovisual generados a partir de este incidente, me aventuro a decir que si en algo hemos involucionado es en nuestra pérdida absoluta de conocimiento sobre nosotros mismos. Queremos sangre. ¿De qué nos quejamos cuando la tenemos? (Nota: lo mismo que no podía ver a una adolescente comer mierda en “Saló…”, tampoco puedo ver el vídeo de Indhira en youtube).



Cierro así un apasionado post centrado, únicamente, en mi obsesión por hacer listas de las cosas que me gustan. Vendrán más como éste. Y aprovecho para saludar a un amigo de este blog, el señor Diego Stabilito, al que podéis conocer mejor si añadís el blogspot de rigor tras su nombre (soy así de cutre y no hago enlaces directos, pero es que los enlaces son muy fáciles). Diego cuelga vídeos y habla de música que desconozco por completo. Merece mucho la pena leer lo que cuenta. Salud.

Sergio. 27/11/09.

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