domingo, 19 de septiembre de 2010

165. La América del libro.


Oh, queridos petreles. Qué de ítems tengo que contaros, y yo que me había propuesto escribir capítulos de dos o tres párrafos. Antes de nada, contestaré a Manu que en ‘Miss Kalashnikov’ no se habla de machos argentinos ni de machos de otras nacionalidades porque éste es un blog familiar y no puedo hacer partícipes a sus lectores de mis adicciones al sexo y al crack. Asimismo, gracias por vuestras felicitaciones, ya que he tenido un cumpleaños demencial que me dispongo a relatar tras unas palabras dedicadas a la fauna y a otras cosas bonitas.

En Puerto Madryn esperé durante el tiempo suficiente para ver a una ballena saltar fuera del agua. La verdad es que es imposible mirar al mar sin ver dos o tres ballenas, pero casi siempre sacan el lomo o el morro con una discreción inaceptable para el turista fotógrafo. Tuve suerte y las vi muy bien sin necesidad de tomar un barco y pagar sus tarifas. También vi cormoranes de pecho blanco y lobos marinos de un solo pelo, de los cuales aprendí que no son focas, sino otarios. Toma revelación. El camino que me llevó a la cala donde chillaban monstruosamente era tan bonito y desolador como un desierto daliniano. A un lado, el mar más azul que he visto nunca. En el cielo, nubes petrificadas con formas absurdas. Imposible que fueran casuales. En un momento dado, un guanaco (que viene a ser como el canguro patagónico) se acercó a mí y me olió el culo. La luz era plateada y exasperantemente bonita.



Acampar con tanto frío conlleva un sueño ligero y pesadillas sorprendentes. En una de ellas mi amiga Bego me dejaba usar la casa de un familiar suyo (¡creo que en Nava!) para hacer cosas malas de las que no se habla en este blog. Acabamos hablando Bego, su madre, el Quebrantahuesos y yo en un ambiente muy tenso. Y en Nava. Me desperté enroscado en mi saco de dormir. Tenía que coger… no, no digas ‘coger’… tenía que agarrar mis cosas raudo y veloz para tomar el colectivo hacia Camarones. Lo perdí. Así que me dije, “¡maldición, baja de una puta vez a Tierra del Fuego que, al fin y al cabo, ésa era tu excusa!”.

A la una y media del mediodía del quince de septiembre inicié un viaje de autobús de treinta y pico horas con destino a Ushuaia. Es decir, me iba a pasar todo el día siguiente, mi cumpleaños, a bordo de un colectivo maloliente (porque a esas alturas del viaje ya todo el mundo se habría quitado las zapatillas). El principio no estuvo mal. Nos pusieron una película en la que Anne Hathaway y Kate Hudson se peleaban porque no querían casarse en el mismo día. O algo parecido. Luego se subió un chileno insoportable que olía como el alcantarillado de Calcuta y decidió sentarse a mi lado porque le había dado un cigarrillo en la parada de Comodoro Rivadavia, y eso debió hacerme simpático a sus ojos. Qué pronto le iba a hacer cambiar de opinión.

El chileno: Yo viví en el País Vasco. Allí me llamaban ‘El señor Chocolate’. Jeje.
Sergio: Jeje.
El chileno: También me perdí haciendo la ruta del bacalao. Jeje.
Sergio: Vaya.
El chileno: Pero nunca probé el caballo. Yo soy un artista. ¿Quieres cerveza?
Sergio: No.
El chileno: Luego trabajé para Pescanova.

Sergio quiere morirse en este momento. Le gustaría saber cómo acaba la película de Kate Hudson y Anne Hathaway, pero el chileno no le deja concentrarse. Habla y habla y habla y huele y huele y huele.

El chileno: Sós muy aburrido, ché.
Sergio: Sí, lo soy.
El chileno: Me cambio de sitio.
Sergio: Muy bien.
El chileno: Ah. Y vos no vas a conocer la América real. Lo tuyo es la América del libro.

La gente a la que le gusta escucharse es realmente atrevida.

Menos mal que en Rio Gallegos conocería a Reinaldo, un argentino de Tucumán la mar de majo con el que por fin me inicié en el ritual del mate. O el matesito, como prefiero llamarlo. Ya amanecía y en el autobús éramos los que más tino teníamos, con nuestro matesito y los cotarros sexuales de Reinaldo pregonados a viva voz. Qué fácil es enterarse en cinco minutos de la vida íntima de un argentino. Este tema me está refiriendo un montón, así como la obsesión nacional con el amor y el psicoanálisis.

Se nos sumaría mucha gente. Entre ellos, Charlotte, una francesa muy chalada con la que me emborraché al llegar a Ushuaia. Pero no hablemos de eso todavía. Tras cruzar el estrecho de Magallanes y rejuvenecer diez años a fuerza de exponer nuestros rostros al viento, vendrían las oficinas de inmigración. Entrar en Chile, salir de Chile. En una cola particularmente cansina, una pareja septuagenaria (ella argentina, él neoyorquino) me cantó el ‘Happy birthday’ hasta que un oficial les pidió que guardasen silencio. Soplé la llama de un mechero para entrar, oficialmente, a tener veintiséis tacos. Mientras tanto, el viento levantaba el polvo del desierto a un cielo sin nubes. Todo el norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego es una llanura amarilla desoladora que podría destrozarte el corazón. Más abajo, el paisaje se vuelve montañoso, alpino. Ríos azules marinos de resplandor alcalino surcan páramos y valles nevados. Belleza psicotrópica.



Tengo a Reinaldo cerca, en otro pueblo de la isla, y me anima la idea de poder volver a verle si las cosas no salen bien en Ushuaia. No está fácil el tema de los barcos, más que nada porque la temporada no comienza hasta dentro de cuatro semanas y esperar en un lugar como Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, es harto caro. No obstante, me hospedo en un sitio muy familiar donde he vuelto a toparme con raciones severas de hospitalidad argentina. Ayer cené con dos familias y un guarda de prisiones porteño y me lo pasé bárbaro. Ya empiezo a decir cosas como ‘me recagué de la risa’. Todos se recagan de la risa con mis boludeces, sobre todo las que conciernen al VERBO, ese VERBO.

Sergio: Tengo que coger el autobús.
Vera: Bueno, cada uno se coge lo que puede, pero un autobús… sós un poco extremo, flaco…


O la Concha.

Sergio: Claro que es un nombre de mujer. Yo conocí a un par de Conchas.
Peti: ¡Menos mal!


Peti es la dueña del albergue, una señora muy dicharachera a la que le encanta el vino y cuando quiere ser servida levanta su vaso y se pone a temblar.

Me dispuse a escribir episodios cortos y eso es lo que voy a hacer. Contaría decenas de anécdotas pero soy consciente de que la lectura en Internet es rápida por definición y… bueno… también estoy un poco cansado, que esto de llegar al fin del mundo agota un poco. A ver si puedo hacerme con las Antárticas. Si no, otra alternativa habrá. Y las que me cruzan la cabeza son muy estimulantes (al fin y al cabo, en Sudamérica estamos, que todavía no me lo creo, ché). Pero no pararé hasta agotar todas y cada una de las posibilidades que me puedan llevar al continente helado.

Me acaban de dar ánimos tras una cordial sesión de whisky. Afuera nieva. Viva la intimidad instantánea con desconocidos, y viva el viaje.


Sergio. 19/09/10.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ser! lo primero,muchas felicidades atrasadass!
Ana estuvo en Bcn y nos acordamos y hablamos mucho de ti, yo ya te echo de menos...
Me gusta saber que aparezco en tus sueños aunque sea tras la sombra del quebranta,lo de Nava ya me flipa un poco más.

Y reccuerda: "mientras haya salud, eso ye lo importante fiu" (estes vieyes acaben con nosotros)

Muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Bego.

Sergio / Ismael dijo...

Yo creo que lo de Nava venía por nuestras expediciones frustradas por Bimenes.
¡Yo siempre te echo de menos, amor!
Y recuerda lo que dicen les vieyes: "esta ye la edad, fíu... si no lo faes ahora, ¿cuándo vas facelo?"

Anónimo dijo...

Lo de blog familiar no sera por mi? Ja Ja

Besos
Ludy