viernes, 20 de noviembre de 2009

CII. Miss Noviembre.



Intento no escribir si no siento que haya algo que contar. Pero alguno pensará (cómo soy; en mi triste imaginación, pienso que tal vez alguien sigue este blog religiosamente; visto de otro modo, si no lo pensase así, nunca escribiría nada) que este mes está siendo soso, soporífero, insustancial. Y nada más lejos de la realidad. Si tuviese que ser una miss del calendario 2009, sería Miss Noviembre. Nunca he sido tan feliz como en Kerala, y este mes, completamente entregado a unas labores que me emocionan, resulta ser el cénit de mi experiencia malayali.

Si no publico nada es porque no hay una historia muy apasionante en la superficie. Mi día a día es una habitación, un ventilador y un ordenador portátil. Mis noches son un puente de cemento, un río, unas palmeras, tres o cuatro amigos y un vasito de todi (o unos cuantos). Excepcionalmente, voy al templo, donde paso muchas horas despierto de las que luego tardo un poco en recuperarme. Ya comenté en episodios anteriores que el theyyam no se aprecia en un par de horas. La mística del rito es algo más evasiva, y hay que sentarse, o apretujarse, según sea el nivel de concurrencia, y esperar.

Hace una semana que la primera Muchilotu Bhagavati de la temporada hizo acto de presencia en Parasinikadavu, no muy lejos de Kannur. La expectación era tan grande que me vi literalmente aplastado por la multitud en el momento del clímax. Uno entiende el rol subsidiario del sexo en esta sociedad cuando se topa con un clímax de este calibre. Y es que poco importa tener mil codos acosándote en mitad de la lucha por percibir un pequeño destello del rostro de la diosa. De hecho, es parte de la diversión. La atmósfera se carga eléctricamente y los fieles entonan su ‘hummm’. Muchilotu se endereza y no hace nada. Es la manifestación perfecta de la divinidad: independiente, imperturbable, sola. Cada vez que una parte de su rostro (entrecejo, labios) se mueve un milímetro arriba o abajo, la sensación de que el cielo se abre o la tierra se hunde está milagrosamente cerca de la percepción humana. Como se describe en el viaje filosófico de Joseph Conrad en “Heart of darkness”, Muchilotu es tan oscura y ajena a la vida como la vida misma; no necesita explicarse ni hacerse entender; muestra el abismo a través de la lejanía, del desprecio hacia cualquier identificación con el bien o el mal; lo único que existe es un discurrir eterno a ninguna parte. Yo no sé si creo en Dios, pero sí que creo en Muchilotu.

En otra de mis incursiones recientes, conocí a Mr. Panikar, un intérprete que se gana principalmente la vida haciendo trajes y accesorios para los rituales. Él no habla inglés y mi malayalam es pésimo, pero nos entendimos como pudimos, y me hizo un pavo real con una hoja de cocotero. Con tino. Panikar vive en el área de Payannur, que registra algunos de los theyyam más incontaminados de la costa malabar, la mayor parte celebrados en casas privadas. Es casi seguro que la familia te va a recibir de forma excepcional. Kativanoor Veeran era invocado en el día concreto que me tocó inspeccionar la zona, y su sable guerrero hizo temblar el patio ritual (o tal vez el insólito volumen de los tambores). Su bendición me emocionó profundamente: “da igual que no seas malayali, porque donde quiera que vayas, en cada uno de tus viajes, yo cuidaré de ti”.

Kativanoor Veeran, luchando con los elementos.


Arun (anteriormente escrito como Aaron, ya lo siento) se comporta conmigo como un pretendiente tímido. Nada en el mar de zafiro hasta tocar el sol, hora del crepúsculo, y vuelve a la orilla con una sonrisa plena. Todos sonríen. Da igual lo que suceda. Amjath ya no podrá dedicarse a lo que quería por culpa de su medicación para la epilepsia. Su salario ridículo será, seguramente, todo lo que tendrá en un futuro. Pero lo asume riéndose. Irumban camina, a sus veintitrés años, por el sendero estrecho que le marcan sus padres, temerosos de perder al único hijo que les queda; trabaja como un perro, se lesiona constantemente, no puede volver a casa más tarde de las diez, y sonríe. La abuela de Kurien tuvo catorce hijos, de los cuales doce murieron delante de sus narices. No sé cómo debe ser perder doce hijos. Pero seguro que la señora todavía sabía sonreir. En eso los indios son extraordinarios.

Relatos breves, o entradillas de relatos, es lo que os puedo dejar hoy. Os contaré más cosas en una extensión más generosa, puesto que se aproximan semanas de cambios. Hasta entonces, salud.

Sergio. 21/11/09.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

yo sigo tu blog y siempre unas tres veces a la semana, me asomo a el para leerte. Me alegra saber que estas feliz. Un beso

Ludy

Maestrando dijo...

Estoy convencido, de que tienes, vamos a decir "varios", por un número indefinido de seguidores habituales...

Me ha gustado eso.. de ¿..que sería perder al único hijo?..
La respuesta la tienes más cerca de lo que parece... No?!
Ji ji... ;)
Abrazu

Diego Stabilito dijo...

Yo a veces me pregunto lo mismo sergio pero resulta que somos todos muy marujos y a falta de GH tenemos los blogs jajaja. A mi personalmente me encantan los dias que no pasa nada...luego los dias explosivos se revalorizan gracias a los insipidos.

Anónimo dijo...

Sergio!!!!Ya estás en tu nuevo lugar?Jo.....yo religiosamente no lo leo pero no hay un post que no haya leido, más vale tarde que nunca!Cómo lo voy a dejar de leer si es prácticamente la única manera de tenerte cerca!!Un besín amor, tengo tantas ganas de verte!!

BARCI

Anónimo dijo...

Sergiii!! supernoticia, después de mucho esperar ana ya es mamá. Nació ayer, se llama enol, casi pesó 4Kg, así que te puedes imaginar lo k pasó la probe....pero están los dos muy bien; en cuanto tenga alguna foto ya te la mandaré para que lo conozcas. Un beso

Gra