domingo, 1 de noviembre de 2009

C. La diosa insatisfecha.



¡Sal de Chennai, tunante! ¡Ratas y arena en los ojos de las viejas! ¡Vuelve a casa!

Y a casa he vuelto. De este a oeste y tiro porque me toca. Atravesando unas montañitas la mar de saladas, me di cuenta enseguida de lo cerca que estaba ya de Kerala: palmeras, arrozales, gente sesentera, un verde más violento que un puñetazo en la mandíbula, mucho tino. El calor tropical también se hace sentir, pero de ahí a que realmente importe hay un trecho. Pocas veces he tenido tantas ganas de volver a un sitio, y me enfadé mucho cuando llegamos a Kannur con una hora de retraso, como si eso no fuera lo propio en cualquier tren indio (atención, viajeros: el Mangalore Express va casi vacío; un lujo para vuestras piernas). Sonriendo como un bobo, cogí un rickshaw hacia el templo de Adi Kadalayi y, desde allí, me adentré en el palmeral con mis bártulos y mi linterna. Por fin Kerala. Llegué a la casa de Kurien justo cuando él impartía una de sus lecciones magistrales sobre theyyam al enésimo grupo de turistas blanquísimos. Como no hice ruido al moverme, no me oyó entrar en el salón. Así es que me dio un abrazo caluroso y yo casi me trago su oreja de lo nervioso que estaba. El gran Linu también andaba por allí, con su lungi y su sonrisa, incitándome a hacer lo propio antes de comenzar esta nueva tanda de episodios en mi hogar indio.

¿Cómo andan todos por aquí?, os preguntaréis, curiosos lectores. Empecemos por Kurien. Ha casado a sus dos hijas, que para un padre indio es una buena carga que quitarse de encima, sobre todo después de pagar el desorbitado enlace de la segunda (ni más ni menos que diez mil invitados; ¡diez mil!). Tampoco le afecta demasiado que haya menos afluencia de turisas que de costumbre, debido a las crisis y a las terroristas y a las pandemias éstas tan malas. Padmini, por su parte, no deja de tener un ardil impredecible. Como llegué de noche, no pude verla hasta el día siguiente por la mañana. Cuál sería mi sorpresa que la tía, por toda contestación ante mi caluroso saludo, no se le ocurrió otra cosa que preguntarme: ‘Breakfast?’ Qué pragmática es esta gente.

El Teto’s Brothers Club me ha enajenado con sus licores a la velocidad del rayo. Por partes:

a) La familia compuesta por Kiran, Pranath y su hermano de seis dedos Aaron sigue siendo el foco indiscutible de muchas historias. Pranath, a la que había dejado con una cara de susto tremenda en el día de su boda, ya está embarazadísima y con vistas a dar a luz en Navidades. Qué rápido le ha venido todo a esta chica. Si todavía en febrero era una graciosa mozalbeta que me invitaba a sentarme con ella en las rocas que dan a la mar. Y ocho meses después es esposa y madre.
Me reencontré con ellos en el hospital, ya que a la madre de Kiran tenían que hacerle una transfusión de sangre y fui a presentarle mis respetos. (Espero no tener que ser ingresado aquí. Esas camillas de hierro han de ser incomodísimas). Kiran se dedica a asuntos tan ridículamente delictivos que casi me da la risa de pensarlo. Yo le digo: ‘Kiran, no quiero saberlo…’, pero su temeridad es demasiado incorrompible. Aarron es el pequeño y el que más trabaja, tiene problemas de identidad, de alcoholismo, y un pulgar de más. Me tiene completamente fascinado.
b) Los musulmanes Shafi, Amjath y Samir siguen obsesionados con el sexo y las prostitutas. Bueno, Samir es un caballero y sólo escucha música mientras se rasca la entrepierna. Por su parte, el conmovedor Amjath está muy deprimido porque tiene miedo de estar malgastando su juventud. Cierto es que acercarse a una chica en este país es como atravesar un campo minado. Shafi, sin embargo, se irá en menos de dos meses a trabajar a Dubai, al igual que el setenta por ciento de los jóvenes de Kerala, y como tardará años en volver, sé que se le va a echar mucho de menos.
c) Los hindúes Deepak e Irumban siguen más o menos igual. Deepak es el saco de boxeo del club, pero como está seriamente perturbado, no le importa. El maravilloso Irumban ha dejado el gimnasio a tiempo de que no se convierta en una obsesión, y me lleva a nadar y a pescar cangrejos más a menudo que antes. Lo celebro. Hay que ser como un filete poco hecho y dejar que la sangre chorree por los bordes.

Todos me preguntan por mis padres, por mi hermana, por mi abuelo, por mi ahijada, por mi amigo sirio (Nabil) del que nadie se ha olvidado desde que les dije el nombre… Y como esto es un pueblo, la voz ya se ha corrido y me llegan llamadas perdidas de todas partes. Eso no excluye la amargura de tener que seguir lidiando con algunos conductores de rickshaw, sobre todo cuando me toca a mí negociar el precio que han de pagar algunos turistas (a veces le hago el favor a Kurien de llevarles al templo, explicarles lo que hay y sentarles en un taxi de vuelta a Kannur; a cambio, mi estancia me sale por la mitad de precio y recibo raciones extra de mi comida favorita). Algunos conductores siguen siendo durísimos de pelar, y un tanto esquizoides. Después de una larga disputa con uno de ellos, a altas horas de la noche, recibí una serie de insultos en malayalam. No se daban cuenta de que lo único que sé en malayalam son insultos. A pesar de ello, me gusta pensar que aprendo poco a poco a hacerme respetar.

Amjath: ¿Qué vas a hacer en Australia?
Sergio: Hacerme granjero.
Amjath: No me lo creo. Tú eres europeo.
Sergio: Sí, ¿y qué?
Amjath: Los europeos no trabajan el campo. Nosotros lo hacemos.



¿Y cómo siguen los rituales theyyam? Mejor que nunca. Con una idea algo más aireada y contundente de lo que es la cultura hinduista, me veo más despierto en el hermético misticismo de esta ceremonia. Antes de volar a Australia a finales de noviembre, quiero explorar zonas remotas para encontrarme con posesiones más auténticas, y es muy posible que el legendario Pradeep (¿recordáis a aquel intérprete del que me quedé completamente prendado?) me deje quedarme en su casa para que espíe su día a día con total impunidad. De ser así, nos espera un jugoso episodio de ‘Miss Kalashnikov’ para la recta final de esta primera temporada.

Acompañado de Despina, alias ‘Debbie’, una bailarina neoyorquina de raíces griegas, volví a ver un festival ‘theyyam’ por primera vez en seis meses. Me noté desentrenado, sin paciencia. Es normal, puesto que no recordaba lo irritante que puede llegar a ser todo justo antes de que empiece a operarse el milagro. Debbie y su permanente asombro me ayudaron mucho, y al final los dos disfrutamos de uno de los mejores ‘theyyam’ que recuerdo. Al principio nos tocó aguantar a muchos borrachos. Luego conocimos a Baby, uno de los familiares que pagaba el festival y una eminencia en hinduismo. Nos explicó por qué los intérpretes subían y bajaban constantemente un pequeño promontorio; se trataba de un recinto sagrado donde, supuestamente, vivía el dios – serpiente Nagar, una cobra fantasmal, pequeñita, de gran capuchón. Sólo algunos hombres puros como Baby han podido verla, pero nosotros, que estábamos impuros, no podíamos siquiera acceder a esa colina tan magnética, porque la energía del lugar iría seguramente en nuestra contra. Las palabras de Baby fueron muy bienvenidas, y quiero seguir en contacto con él, para ver qué opina de la ambivalencia entre el respeto a la naturaleza y los sacrificios animales que exigen algunos dioses del panteón hindú.

Debbie y yo nos quedamos a dormir en la casa de un profesor de la zona. Bueno, fue más una siesta larga de tres horas en la que tuve sueños terroríficos (normal, estábamos durmiendo a pocos metros de la cobra psicodélica). Al amanecer, celebramos el tino y el ardil de Chathampalli, un ser humano divinizado por obra y gracia de Siva, cuya historia trágica es recordada todos los años por estas fechas. Chathampalli era un recolector de todi (licor de coco), hace unos trescientos años. Sabía mejor que nadie los secretos de la extracción de veneno, aunque no podía rivalizar, oficialmente, con el señor feudal del distrito. Sin embargo, cuando una labradora murió a causa de la mordedura de una cobra, Chathampalli fue llamado para intentar resucitarla, puesto que nadie había podido hacer nada por ella. El pobre hombre obró el milagro que todos nos imaginamos, enfureciendo a las altas esferas. Así fue que Chathampalli acabó siendo asesinado con crueldad y murió como un mártir a los ojos de las castas bajas. El terrateniente, arrepentido ante la horda de críticas unánimes hacia su abuso de poder, prometió un festival anual en honor de la víctima. A día de hoy, Chathampalli sigue siendo interpretado por un intocable, pero no ha perdido el derecho de ir a la antigua mansión feudal, donde todavía viven los descendientes de aquellos brahmanes de antaño, y una vez allí, recuerda el mito de su muerte y critica el sistema de castas. Debbie no quería perderse el recorrido a la mansión, arrozales de por medio, y yo tampoco. La procesión hacia ese lugar magnífico, oculto en el espesor de la jungla, sepultado bajo telas de araña fabulosas, es un sueño mágico hecho realidad. En nuestro camino de vuelta, me hundí en el lodo del arrozal provocando las risas indiferentes de los sacerdotes. Un periodista local tuvo a bien registrar este momento tan patético, y cuando me envíe las fotos, podremos reírnos todos juntos.

El gran momento del día vendría, cómo no, de la mano sangrienta de Kali. Vestida con una corona en forma de gota de lluvia, y portando una máscara terrible con calaveras, ojos desorbitados y una lengua extendida hacia afuera, la diosa insatisfecha se sacaba mocos de la nariz (no es ninguna broma) y exigía un montón de ofrendas curiosísimas. Todos sabíamos que acabaría matando a una gallina. Lo que no nos esperábamos ni Debbie ni yo, que somos muy fans de Kali, era que la gallina fuese a ser lenta y psicóticamente torturada ante la mirada morbosa de los mozos y sacerdotes, la aceptación informal de las mujeres y los ronquidos de alguna vieja ya curtida en sacrificios de pollos. Creo que he visto pocas cosas tan horribles en mi vida. Kali se desquiciaba ante los cacareos asustados de la gallina y se golpeaba la máscara con ansia. Nunca olvidaré el sonido bobalicón y peligroso que salía de su interior. Cuando se acabó apoderando del animal, arrebatándoselo a algún sacerdote divertido con todo este asunto, el lado maternal y visceral de Kali se dieron la mano en una galería de imágenes espantosas. La gallina era abrazada, besada, desplumada, espachurrada… Kali le cortó lentamente la cresta y probó con delectación la sangre que acababa de brotar. Luego infló el pico del pobre bicho con granos de arroz y riadas de licor. Yo me preguntaba cuándo iba a acabar todo ese suplicio. Finalmente, después de mucho vacilar al son de unos tambores endemoniados, arrancó el gaznate del animal, que se siguió moviendo durante unos cuantos minutos, y todos se regocijaron con su sangre. Yo quise de todo corazón entender el porqué de la tortura. Llevo unos cuantos días intentando poner orden a mi concepción del cosmos, y entiendo más o menos todo eso de la aniquilación de los contrarios y la gran mentira que reside en las categorías de ‘bueno’ y ‘malo’, pero no puedo relativizar la tortura. No puedo entender el abismo de la personalidad de Kali.

Debbie me gustó mucho. Es una tía muy interesada por los bailes rituales y los estados alterados de conciencia. Me dijo que se podía comprar ‘ayahuasca’ por Internet, algo que debe ser parecido a tener sexo virtual: poco que ver con la experiencia cuerpo a cuerpo. Si algo se aprende de leer ‘La cosa del pantano’ es que si te vas a comer o a fumar plantitas, es mejor que ellas te indiquen el camino. No está de más tener elegancia para drogarse. Debbie no tenía mucha, pero lo intentaba, que ya es algo. Es una chica con un rostro muy griego, como el de Irene Papas en ‘Z’.

Irene Papas, siempre intensa.


Cierro el ‘post’ número cien con Debbie, con los eructos de Padmini resonando desde la cocina, y con un optimismo radical hacia el trabajo que me ocupa y hacia el futuro que ya está aquí.


Sergio. 30/10/09.

4 comentarios:

Manuel J. Greciano dijo...

Hace poco leí u oí en algún sitio algo sobre los momentos que tenemos la suerte de vivir, por eso se llaman presente...Leyendo tu post de ayer me volvió a la cabeza, cuando mi vida está centrada en el medio plazo se agradece tener la visión de quien vive el presente. A mí me tocará, pero ahora estamos a lo que estamos ;-)

Anónimo dijo...

Esta claro que no tienen miedo a la gripe aviar....y eso que es bastante letal aunque poco infectiva.

Un besote Sergi.

Ludy

Anónimo dijo...

¡Hurra!

Unknown dijo...

Hola Sergio!!!!!!!!!!!!

Echo de menos ese lugar!!!
Un abrazo y un besu muy fuerte!!!!!!

Cris