miércoles, 27 de abril de 2011

213. No saldrá Eva de la costilla de Evo.



Mi primera visión de La Paz es la de
un firmamento de luces a punto de extinguirse, luces en caída libre o en ascenso fatigoso, según se mire, a eso de las seis de la mañana.
Más tarde se haría de día y tras una pesada niebla industrial descubriría un empedrado, una calle ancha por donde podría haber bajado un tranvía
pero por la que sólo bajaban coches y micros y camionetas y ninguna bicicleta (¿quién iba a sacar la bici en un lugar tan inclinado?).
Un francés llamado Maxime se unió a mi búsqueda de alojamiento, lo que hizo un poco difícil las cosas, porque Maxime no hablaba mucho español y yo apenas me atrevo a hablar el poco francés que sé, y porque me gusta hacer estas cosas solo, es decir, guiándome por mi intuición y no por el cansancio de un desconocido, el caso es que acabamos compartiendo juntos una doble en la calle Murillo, Maxime se pondría enfermo y yo, después de comprarle una botella de agua y aconsejarle que durmiera todo lo que pudiera, salí a pasear por La Paz,
y La Paz fue generosa conmigo
y
me
sedujo
por completo.
Comí unas salteñas frente a la iglesia de San Francisco (la mayoría de las iglesias en La Paz son mucho más sugerentes por fuera que por dentro) y atisbé una misa celebrada por un cura de barba blanca y larga, tan blanca y tan larga que se parecía al viejo Moisés interpretado por Charlton Heston y toda la misa, una farsa o una burla satánica,
bajé por el Prado y me desvié en el Obelisco hacia el Illimani
o mejor dicho, hacia la visión poderosa y lejana del Illimani con la que uno se topa al inicio de la Avenida Camacho
y entonces me sentí protegido por la cordillera y por los cañones y cerros multicolores que cercan la ciudad.
Qué lugar tan improbable, precario y magnífico para que dos millones de personas se asienten y malvivan o bienvivan y construyan y se recreen en el espectáculo del comercio y de la libertad.
Me gusta muchísimo La Paz. Tanto como
Palermo
Berlín
Calcuta
Bilbao
Melbourne.
En un kiosko compré un diario mensual llamado ‘El Insurgente’ y me puse a leerlo en un pupitre que alguien había sacado a la solana de los jardines de la universidad,
en ‘El Insurgente’ se hablaba un poco de Libia y un mucho de la polémica construcción de una carretera que uniría Cochabamba con el Beni atravesando el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure
lo que no sólo afecta a una de las mayores reservas de biodiversidad del planeta sino a los pueblos yurakarés, moxeños y chimanes que viven allá y cuyas protestas el buen Evo, el morochito Evo, el ex – cocalero y recontraprogre Evo que cautivó a toda Europa con sus suéteres y su sonrisa de clase obrera, pareció escuchar y que, sin embargo, ahora arrincona a un ladito de su escritorio presidencial, a una esquinita mal lijada,
y por qué,
porque la carretera es una ruta fundamental para el eje comercial interoceánico que suministrará cocaína a Brasil
¿o he de decir alimentos y medicinas para los más necesitados?
Después de la lectura bajé por la seis de Julio,
busqué la cinemateca,
crucé la embajada estadounidense y la embajada española, en cuya puerta trasera se agolpan solicitantes de visado con los ojos empañados por una prosperidad que ya no existe, gracias a Dios o a la Pachamama o a Violeta Parra,
y llegué a una gasolinera antes de darme la vuelta y comprobar el poquito oxígeno que nos repartimos todos los que coincidimos en La Paz.
Maxime durmió hasta el día siguiente, justo cuando yo pensaba encontrarme con Nina.
Con Nina había tenido contacto previo por correo electrónico.
Yo le había escrito ‘Hola Nina, cómo estás, no me conoces, soy Sergio, amigo del Pancho, el chileno, jeje, bueno, jeje, estoy por acá y me dijo que podía escribirte, jeje…’, o tal vez le escribí algo más inspirado, pero en el fondo este tipo de mensajes, más allá de la seguridad de su envoltorio, son una llamada de socorro, ni más ni menos,
y Nina, que firma sus correos como ‘Nina, la maldita insurgente’,
me llamó hermano,
y me dijo que podía alojarme temporalmente en casa de su cuate Silvia,
que también vive en la calle Murillo y que también tiene una onda muy buena y una dulce propensión a la insurgencia y además espera un bebé que tendrá sangre quechua y sangre mapuche (una amiga suya le regaló un libro educacional para embarazadas escrito a mediados del siglo XX y que aconseja a la mujer no tener relaciones sexuales durante la pregnancia si quiere evitar actitudes morbosas en el recién nacido).
Silvia y yo nos llevamos muy bien,
tomamos mate y le cociné risotto, sin vino blanco, pero con jugo de limón.
Al día siguiente fue Viernes Santo y Silvia y Nina y el hijo de Nina, que se llama Andes Nahuel (Jaguar de los Andes) fuimos invitados a una parrillada atea en casa de unos amigos comunes que son teólogos de la liberación.
Allí todos me llamaron hermano y me dieron carne y palta y cerveza.
Al principio no me atreví a hablar mucho y me senté en el césped a verlas venir, después de un rato hice preguntas sobre cine boliviano y una chica de Cochabamba me habló de Jorge Sanjinés, director de ‘La nación clandestina’, un hombre que no ha comercializado sus películas y que guarda los rollos en su propia casa por miedo a que se los roben o se los pirateen o qué sé yo, y que, curiosamente, está dirigiendo ahora un documental o una ficción o las dos cosas bajo el título de ‘Bolivia Insurgente’ (qué insurgente es todo), producción para la cual me hicieron un casting en un polvoriento cine de arte y ensayo, por si acaso yo no me afeito desde entonces porque el director de casting me dijo que me necesitaba con barba, mucha barba, barba proletaria, supongo, barba insurgente, qué cosas.
Nina y Silvia y los otros cuates quieren formar una comunidad en Achocalla
con qué objeto, dije yo,
como alternativa a la política de derechas que se avecina tras el desastre de Evo
y al cambio climático
y al cambio a peor, en general,
y también como alternativa al mundo que sus hijos (casi todos ellos son papás y mamás) podrían acabar heredando, y que no es halagüeño, es más bien violento y alguien podría añadir apocalíptico y yo más bien me lo imagino con una delgada capa de ceniza en la atmósfera y sobre el pasto y, escondidas, pequeñas sombras cultivables como islas bajo un eclipse eterno.
Me fijé en las manos delicadas de Andes Nahuel
hundiéndose en los vasos
detectando la superficie de una vida que se resiste a dejar de ser superficie y que por tanto estamos condenados a percibir como superficie
eso si no nos dejamos llevar
pero si nos dejamos llevar
o si oímos la llamada
entonces ya es otra cosa, compañeros,
miren cómo corre el agua, compañeros.
Otro día quedé con Nina para ir a conocer un centro cultural en cuya construcción está trabajando con un Colectivo de sociólogos
y bueno
en el camino me contó cosas sobre la lengua aymara, entre allas que el aymara no reconoce la expresión ‘no poder’ o ‘no puedo’, sí reconoce ‘no he podido’ o ‘no me ha sido posible’, lo cual es distinto, porque implica un intento anterior, y ante semejante belleza me quedé pensando un rato en las mujeres cargadas con bebés y comida y ropas y mil cosas más, caminando cuesta arriba o cuesta abajo, cerro arriba y cerro abajo,
y así llegamos al centro cultural en construcción
donde por fin me reencontré con mi gran amiga la picota
y trabajé un poco en la huerta para alegría mía y de mi cuerpo y espero que para alegría de la tierra también
y la limpiamos de raíces y cristales enterrados y todo tipo de pequeños trofeos del olvido como
ruedas de juguete
condones
mangueras.
De pronto apareció, y el viento apareció con ella,
Silvia Rivera, una socióloga muy conocida, autora de textos muy interesantes sobre colonialismo y tradición cultural aymara entre otros temas,
y trajo consigo palabras, muchas palabras
y huevos de Pascua
y hojas de coca
y yo encontré un lugar con posibilidades para la acción, no aquel centro en concreto (aunque también), sino La Paz, La Paz inmensa de estímulos,
tan cerca del sol.
Creo que me quedo por un tiempo.
Sí. Eso creo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pienso volver a la Paz pronto, te escribiré entonces para seguir algunas de estas huellas, no tan insurgentes supongo, pero espero así de contemplativas. Gracias siempre querido. Lucina