miércoles, 28 de enero de 2009

XXI. El caballo ganador (y II).

Hace un mes y medio escribí, en uno de mis primeros post, una cosa horrorosa sobre los Oscar de Hollywood, intentando justificar con teorías baratas mi predilección frívola por estos premios. Por ahí está, por si queréis reíros un rato. Sólo puedo decir que estaba fascinado con eso de colgar vídeos, y claro… la incultura informática se paga cara. Hoy sólo voy a hablar de un pequeño aspecto de las nominaciones de este año y voy a hacer una predicción BREVE de las categorías más importantes (cómo no, prejuzgando como el que más, sin haber visto ninguna de las películas y con poca o ninguna posibilidad de verlas desde aquí).

El pequeño aspecto se centra en la significativa batalla entre Danny Boyle y David Fincher, otrora revolucionarios cineastas de la ola videoclipera de mediados de los noventa con las fundacionales ‘Trainspotting’ y ‘Seven’, respectivamente. El resto de nominados en la categoría de dirección no parecen tener relevancia en la carrera de este año, aunque yo no descuidaría las posibilidades que puede tener la película con menos nominaciones de las cinco candidatas, ‘The reader’, de llevarse los premios gordos. Boyle, desde la estupenda ‘Trainspotting’, a la que muchos críticos han querido darle la espalda sólo por ser unánimemente alabada por el público más joven, ha tenido una carrera muy pero que muy desigual. Sólo ‘Slumdog millionare’ ha podido resucitar su figura en forma de virtuosismo técnico e historia de las de antes, como suele pasar con todas las escogidas como ‘película independiente del año’. ¿O acaso ‘Little Miss Sunshine’ no es una comedia negra como podía haberse dado en los estudios Ealing (salvando las enormes distancias entre las limitaciones de la primera y las obras maestras paridas de los segundos)? ¿Y ‘Juno’? ¿Alguien puede explicarme dónde está la incorrección de la película ‘independiente’ del año pasado, por muy efectiva que sea como comedia? Fincher, por su parte, ha sido siempre bastante dócil, truculencias aparte. Más o menos sorprendente, sin llegar a la genialidad de lo banal de Tarantino, sólo ‘Zodiac’ me ha parecido una obra asombrosa, posiblemente la mejor película norteamericana del año pasado (sin ninguna nominación a los Oscar). Sin embargo, a ‘The curious case of Benjamin Button’, que no parece ofrecer ningún tipo de exigencias comparables a la diarrea verbal y al ejercicio de agotamiento intelectual de ‘Zodiac’, le regalan ni más ni menos que trece nominaciones. Todo parece reducirse, este año, a quién de las dos estrellas que iban a cambiar el cine allá por el año 1995 (año en el que, graciosamente, el Oscar se lo llevó ‘Braveheart’, ¿alguien se acuerda de esa película?) se llevará el premio por haberse portado bien y habernos regalado una película amable, sin dobleces y bien hecha. ¿Cómo no me va a gustar la Academia? Si es que reinterpreta la historia del cine como si fuera una abuelita cardiaca.

Y ahora, quién debería ganar y quién va a ganar. Ésta es mi quiniela.

  • Mejor actriz secundaria.

- Quién debería ganar: Marisa Tomei. Después de cargar con la leyenda negra de haber ganado un Oscar porque el presentador se equivocó de nombre al abrir el sobre, esta mujer ha sabido madurar delante de la cámara de forma envidiable. Y además, ¡pardiez!, es una excelente actriz.

- Quién va a ganar: Penélope Cruz. Ya dije que me parecía muy graciosa, pero todas sus competidoras son mucho mejores que ella. Y ni siquiera se la entiende cuando habla inglés. Aun así, como las otras no mejoren su campaña de imagen, ganará.

  • Mejor actor secundario.

- Quién debería ganar: Heath Ledger. Sería muy fácil poner a otro sólo por congraciarme con los vivos, aunque tengo entendido que Michael Shannon está espectacular en ‘Revolutionary Road’.

- Quién va a ganar: Heath Ledger.



  • Mejor actriz.

- Quién debería ganar: Michelle Williams por ‘Wendy and Lucy’, aunque ni siquiera está nominada. Ya puestos, Melissa Leo o Meryl Streep. De ésta última, nadie parece recordar que ha ganado dos Oscar y ha perdido doce, trece con éste. Visto así, es una gran perdedora, y posiblemente la mejor actriz norteamericana de los últimos treinta años.

- Quién va a ganar: Kate Winslet. De cajón.


  • Mejor actor.

- Quién debería ganar: Richard Jenkins, cómo no.

- Quién va a ganar: Sean Penn. Si Denzel Washington tiene dos Oscar, ¿por qué él no? Seguro que Penn se lo dedica a Baraq Obama y a todas las víctimas de la intolerancia homófoba. Que se venga a India, ya verá lo que es intolerancia homófoba.


  • Mejor guión adaptado.

- Quién debería ganar: “Doubt”. Me encantan las pelis de monjas, y las adaptaciones de obras de teatro me ponen todo loco.

- Quién va a ganar: “The reader”.

  • Mejor guión original.

- Quién debería ganar: “Wall-E”. Su primera media hora es antológica.

- Quién va a ganar: “Milk”. No tiene mucha competencia, está rodeado de indies y de robots.


  • Mejor director.

- Quién debería ganar: Gus Van Sant. Ya que nunca le nominarán por ser quien es, que hagan compensaciones con él. Premio a toda una carrera. Total, por una vez más…

- Quién va a ganar: Danny Boyle.


  • Mejor película.

- Quién debería ganar: ninguna. Que quede desierto.

- Quién va a ganar: “The reader”.

No hablo de los Goya porque me importan un rábano. Eso sí, ya me contaréis cómo lo hace Carmen Machi de maestra de ceremonias. Salud.

Sergio. 27/01/09.

XX. La mosquitera.


‘La mosquitera’ es un buen título para un drama psicológico bajo un sol abrasador, una película de terror claustrofóbica o una trilogía bergmaniana sobre el silencio de Dios. Como mi vida, actualmente, es un poco de las tres cosas, me lo adjudico para este post. Comparto con vosotros los derroteros insospechados que está tomando mi guión en este (a ratos, insufrible) momento de página en blanco.

a) Drama psicológico.

Danny Boyle ha dicho que India (más concretamente, Mumbai) es un lugar perfecto para el drama. Sentencia frívola, desde luego. Yo diría, más prudentemente, que es un lugar perfecto para la ficción. Es por eso por lo que la idea de hacer un documental va haciendo aguas de forma insistente. En primer lugar, porque del theyyam quiero coger algunas cosas, pero no todas; es decir, no me subyuga hasta el punto de querer hacer un estudio etnográfico y cultural exhaustivo, lo cual dejaría en evidencia mi torpeza en estas lides; creo que tengo una mente dispersa, apta para otro tipo de creatividad. En segundo lugar, porque no puedo dejar de inventar historias y diálogos entre personajes y la naturaleza, personajes entre sí, personajes en la soledad de sus cuartos con mosquitera, resguardándose del calor, persiguiendo obsesivamente con la mirada el discurrir de los insectos… Fantástico. Hay tantos y tan diversos estímulos que la ficción gana por goleada. También adivino bastantes formas de afrontar la introspección, la comunicación no verbal, los pensamientos más abstractos. Por supuesto, la guinda del pastel sería un buen estallido de violencia irracional, muy presente en este entorno a juzgar por los desprendimientos de cocos sobre cabezas poco prevenidas y por los rugidos nocturnos de las bestias.

(Nota: la política también es bastante virulenta, al parecer. En Kerala gobierna el partido comunista, como se puede comprobar al ver hoces y martillos de neón anaranjado colgando de palmeras como Cristos iluminados en medio de la jungla. El compromiso político de los locales es directamente proporcional al nivel de corrupción y caciquismo. Vamos, que si algo funciona en este estado es el excelente sistema educativo, que prepara a la gente para hacer dinero fuera de India y no tener que volver a pisar estas tierras extremas y mal gestionadas por una política demagógica y, a menudo, incluso criminal).

b) Terror claustrofóbico.

La noche se cierne sobre Malabar a las seis y media de la tarde. Lo que por el día era un radiante laberinto de senderos polvorientos, por la noche es algo indescifrable, un lugar prácticamente irreconocible. Coros de bichitos cantan a las estrellas y las sombras erguidas y siniestras de las palmeras se distinguen en el cielo. Nada más. La gente saca sus linternas y se mueve sigilosamente por la selva, como fantasmas. Peor es encontrarse con alguien que se conoce el camino y que, sin previo aviso (porque tampoco hacen ruido al moverse, como las panteras), se te aparecen de frente con sus turbantes y sus cuerpos huesudos. Si le añadimos al cóctel el sonido habitual de los tambores, la llamada a la oración, alguna música o cántico extravagante producido por a sabér qué y todo un sinfín de sonidos más, la oscuridad se hace mucho más excitante. Escribir y filmar la noche tropical es un misterio tan apetecible como el sexo (como estoy a dos velas, tengo que hacer este tipo de símiles). Por eso también me apetece dar giros esotéricos a mi historia: encuentros en la tercera fase, vivencias ultraterrenas, situaciones crípticas con paisanos de mirada penetrante y pocas palabras… Todo eso está, de una manera u otra, al alcance de la mano.

Evidentemente, es la posesión espiritual lo que más me atrae del theyyam y la única justificación posible para su inclusión en un futuro guión cinematográfico. De hecho, desde que estoy abriendo mi mente a la supuesta irracionalidad de las posesiones, veo en ello un campo todavía inexplorado por el cine no comercial (ya sabemos todos en que degeneró ‘El exorcista’, película bastante degenerada de por sí, no por los vómitos verdes sino por su insultante catolicismo). La idea de que podamos albergar distintas personalidades y fuerzas en nuestro interior, voces que nos escogen o que invocamos para que se manifiesten en nosotros, la posibilidad de tener experiencias en niveles alternativos de conciencia, y la necesidad de plantear un tratamiento que se desligue parcialmente de la esquizofrenia, componen una línea argumental de infinita seducción. Cómo no, todo esto coquetea con el terror, implícita o explícitamente, algo que no me molesta lo más mínimo.

c) El silencio de Dios.

Ingmar Bergman, con la excepción de Dreyer en ‘Ordet’, es el único que ha podido filmar a Dios a través de su ausencia, gracias a su fe y gracias, también, a su angustia al saberse solo y deshabitado. Karin, protagonista de ‘Como en un espejo’ (1961), siente a Dios dentro de ella, de una forma inequívocamente sexual; no en vano, en un momento de la película acabará definiendo a Dios como una araña negra y peluda que la penetra. La ambigüedad sobre el estado mental de Karin, puesto en relieve a través de la ignorancia y la podredumbre moral de sus familiares, permite a Bergman tratar temas tan delicados y tan unidos entre sí como la religión, la escenificación y la posesión. Para mí, funciona como el referente perfecto, temático y visual. Tanto, que incluso me estoy permitiendo la provocación estética de imaginarme la película en blanco y negro, con lo importante que es el color para este país y, por supuesto, para el theyyam.

La idea es ésta: un hombre de treinta y tantos, español, seminarista, que abandona su pueblo castellano para adentrarse en un mundo más tolerante y más íntimo en su convivencia con la religión porque él, durante toda su vida, se ha sentido poseído por distintas fuerzas y quiere ser capaz de dominarlas, entenderlas y, finalmente, extirparlas. De ninguna manera lo va a conseguir; es el viaje a través de los rituales theyyam y todo lo que sucede mientras tanto lo que importa realmente. Sería interesante que el espectador pudiera intuir una base en este personaje pero que nunca estuviera seguro al cien por cien de quién es exactamente en cada momento ni de quién está tomando su cuerpo, originando así todo tipo de situaciones extrañas, estimuladas por la naturaleza salvaje del entorno y por personajes secundarios sin forma definida (tengo algunas ideas pero ninguna lo suficientemente fuerte, todavía). Es, ante todo, una historia de fe. Pero también me encanta la posible fusión de géneros en los que, cómo no, también se integra el documental, en lo que respecta a las secuencias que tienen que ver con el theyyam. Filmar una ceremonia debe ser, no obstante, todo un reto, porque los sacerdotes suelen ser personas malencaradas y oscuras y la decisión última sobre la puesta en marcha de un ritual no previsto por el calendario lunar la tiene, cómo no, el dios. Es decir, que si Siva / Vishnu / Kali quieren, hay película; si no, no. Tiene gracia.

(Nota: Kurien me ha pasado, recientemente, un vídeo casero sobre otro ritual de posesión que tiene que ver con la invocación de los dioses-serpiente. Mucho más relacionado con el vudú, y de carácter marcadamente sexual, la familia que organiza la ceremonia se convierte en serpientes humanas que se restriegan por el suelo y danzan de una forma terrorífica. Verlo para creerlo. Es muy raro ser testigo de algo así; más raro todavía, filmarlo. Ya le dije a Kurien que, en el momento en que se entere de algo así, me traslado adonde haga falta. Menudas imágenes).

Bueno, en esto ando metido. Cuando tenga unas cuantas páginas escritas, un primer acto más o menos convincente, me daré un viajecito hasta Kochi, Hampi, Bengaluru o a alguna reserva natural de los alrededores (según Lonely Planet, si Kerala es el paraíso, sus reservas son el jardín del Edén). Lamento, nuevamente, no tener fotos ni videos que ofreceros, tal y como prometí. Soy un hombre primitivo y anti-tecnológico, y una cámara me costaría mucho dinero ahora mismo. Pediré a alguien que me haga alguna instantánea cotarrera. De cualquier manera, aunque no podáis verme, mi salud es excelente, la comida es deliciosa y la providencia todavía no ha querido dejarme maltrecho en un accidente de tráfico. A pesar de lo temerarios que son, es increíble ver cómo nunca tienen accidentes. Eso sí, cuando vengáis a India no consideréis la idea de alquilar un coche; os podéis arrepentir seriamente. Dejad que os lleven, aunque cueste un poco más. Yo os recibiré con los brazos abiertos y un loto en cada mano. De hecho, mi situación para recibir visitas, de ahora en adelante hasta el mes de mayo, es excelente, sin monzón ni leches y con habitaciones disponibles para todos. Queda dicho.

Sergio. 27/01/09.

XIX. Sángrame, rómpeme, chúpame, y tírame por la ventana ( I ).

Jóvenes, acercaos.

Si quereis sufrir sin dolor, como en las películas,

si os obsesiona despertaros cada mañana con los dientes de arriba pegados a los de abajo con fertilizante,

si no podéis dejar el cuerpo en la sintonía del coma mientras la lengua de vuestra pareja dibuja rastros desconocidos en vuestra ingle,

si la pornografía, como el café de sobre, te ha recordado más al lecho de muerte que a la lozanía de un tronco regado,

si desenrollarte el ombligo ha empezado a suponer un problema, como le sucedió a ése que dijo ‘a mí me da igual dejarlo fuera’ y vino un perro con más ubres que colgajo y tuvo que salir corriendo, con las manos llenas de poemas,

si has leído compilaciones de tantrismo y eso te ha dejado una sonrisa imberbe en las venas,

si te sientes tan solo en el autobús nocturno que piensas que sólo el asesinato te haría dichoso,

si la sola ingestión de una píldora de información subvencionada te hace creer que otro mundo sin violencia es posible mientras te pellizcas el culito con la mano de decir mentiras,

si crees, a menudo, que la tierra debería ser más roja y putrefacta, como el cadáver de Rosa de Luxemburgo,

si en tus sueños recurres a gente conocida, eterna fiesta de despedida en un porche con vistas al final del túnel,

si te sientes bajo por no haber saltado, y de repente saltas y la sensación de que sólo has crecido en estupidez es capaz de derrumbar pisos de protección oficial por gloria telequinésica de quien sólo pudo imaginar un único tipo de miseria,

si lo único que puedes recordar de tu niñez es el callejón en el que jugabas con tus compañeros a clasificar vuestros pitos por tamaño,

si en los últimos carnavales te pusiste dientes de vampiro y, de vuelta a casa, te masturbaste delante de tu pareja mientras ésta fingía interés por el periódico de dos días atrás y lanzaba comentarios desastrosos sobre el futuro mientras tu boca mugrienta de saliva se desvanecía sobre una nueva guerra preventiva,

si eres lo suficientemente tonto como para creer que puedes pasar por la vida sin dominar ni ser dominado,

si te gusta el vacío tanto como el engaño,

no esperes a que termine el día,

mi cuerpo fácilmente intercambiable, más latente que el de ningún otro, generoso como el jugo espasmódico de una orquídea, te espera para quitar las vendas de la justicia,

tú que eres joven, hazte un favor,

sángrame, rómpeme, chúpame y tírame por la ventana.


Ismael.

XVIII. Comentario a la "season premiere" de LOST.

Hace un par de horas tuve un sueño extraño en el que Mercedes Milá preguntaba a un nutrido grupo de improvisados contertulios por los nuevos capítulos de Lost. Me desperté. Sí, estoy lo suficientemente fascinado como hacer un post de estos episodios y de los que vengan. Así pues, cumpliré uno de mis sueños como habitante de estas latitudes digitales:

¡ATENCIÓN! ¡SPOILERS DE LA QUINTA DE LOST!

Quedáis avisados. Lo que viene a continuación es un comentario escrito con el único fin de generar debate y hacer un poco más fascinante, si cabe, el universo isleño.

Podría decirse que ‘Because you left’ se embarra de ciencia ficción de los pies a la cabeza. Por un extraño motivo que desconozco, los viajes en el tiempo no resultan especialmente patéticos. Será porque el estupefacto semblante de Sawyer y la actitud de ‘estoy de vuelta de todo’ de Juliet lo hacen todo un poquito más digerible. Será que los encuentros de Locke están bastante bien pensados (habrá que volver a la primera temporada para ver si Ethan recuerda a Locke en su ‘futuro’ encuentro), a pesar de que todos los personajes con algo interesante que decir alegan no tener tiempo suficiente para dar explicaciones, como es el caso de Richard Alpert o Faraday. ‘No hay tiempo para esto’, es su frase favorita cuando se les pregunta qué coño está sucediendo entre tanto flash. Hay que ver, qué prisas se inventan los guionistas. Habrá que darles más café.

Me alegro de que la sana costumbre de empezar con una canción (aunque ésta no sea tan pegadiza como las de Mamma Cass y Petula Clark) se repita en esta asombrosa y bienvenida aparición del que, hasta ahora, tenía un nombre oriental y, de repente, se llama Marvin Candle y parece un actorzuelo con delirios de grandeza y bastante mala hostia. Buen arranque, mejor que el de la temporada anterior. Gran confirmación de uno de los secretos mejor guardados de la isla, e inesperada aparición de Faraday en todo este tinglado, aunque a partir de ahora nos podemos esperar cualquier cosa, como que Kate viaje en el espacio-tiempo y se dedique al mundo de la revista durante la transición española, algo que la haría sumar muchos puntos, desde luego. No obstante, el primer episodio intenta dar voz a toda la confusa maraña de personajes que tenemos sobre la mesa, y no por inevitable es menos extraño. Se me ocurre que a lo mejor podían haberse centrado en la isla y haber compuesto un episodio realmente alucinógeno terminando con la magnífica aparición de Desmond y Penny en el barco, allá por las costas griegas. Eso hubiese tenido tino. Sin embargo, el capítulo es casi irreprochable y contiene tanto física cuántica como acción y gore por parte de un Sayid desmadrado. Además, establece la tónica general de los episodios de la quinta temporada, estructurada en torno a flashbacks de la isla que saltan desde la actual peripecia de Ben y Jack intentando reclutar al resto de los Oceanic Six. Se veía venir, de algún modo, aunque no creo que haya que temer una pérdida de protagonismo de la isla. ‘Lost’ es una serie sobre una isla, al fin y al cabo.

Sin desmerecer la factura de la season premiere, el segundo capítulo, titulado ‘The lie’, es casi redondo, con un guión y unas interpretaciones excelentes, y se podría afirmar que es uno de los episodios más divertidos en mucho, mucho tiempo (entiendo que esto sea un comentario discutible). El humor se lo debemos, cómo no, al personaje que más atractivo me está resultando temporada tras temporada: Hurley. Éste es uno de sus mejores capítulos, en el que además nos topamos con su entorno familiar, a menudo casi tan hilarante como él. Lo que se nos dice, básicamente, queda resumido en la primera y genial secuencia (que da cuenta de lo cucos que son los creadores, omitiendo partes de hechos ya pasados para integrarlas en la trama a posteriori y actualizar, así, la situación presente de la serie): la unión hace la fuerza, tanto para la divulgación de una mentira como para la confesión de la verdad pura y dura. La mentira de los Oceanic Six cuela, no hay que recordarlo, respaldada por todos los presentes en aquel barco, pero la sola unión de Hugo con su madre, a pesar de la disparatada confesión de aquél, convierte en verdad y revalida toda la experiencia surreal vivida en la isla. ‘I don’t understand you, but I believe you’, es una de las frases más hermosas de toda la serie. Hurley se nos revela, nuevamente, como un personaje complejo, angustiado, íntegro y delirante, capaz de dar una vuelta de tuerca sorprendente a las situaciones e incluso de afrontarlas desde una perspectiva paródica y cínica a un mismo tiempo, como demuestran sus conversaciones con los muertos. Jorge García, el actor que encarna a Hugo Reyes, nunca ha recibido los parabienes de la crítica, todo lo contrario al reconocimiento que tienen en los premios anuales Naveen Andrews (Sayid), Michael Emerson (Ben) o Terry O’Quinn (Locke). No tengo muy claro a qué se debe, porque se trata (a todas luces) de un intérprete excepcional, muy dotado para los matices e increíblemente capacitado para pasar de la comedia al drama en cuestión de segundos. A ver quién es el guapo que hace eso.

Al principio, la presencia ya cansina de Bernard y Rose (a ver quién de los dos muere primero) y de un nuevo y repulsivo lostie, Neil, devalúan el interés de la trama. Menos mal que los guionistas se guardan un as de humor negro debajo de la manga con el maravilloso gag del fuego, lo que respalda la vis cómica de todo el episodio. Me encanta, especialmente, que los montadores se recreen tanto en el insoportable Neil ardiendo y chillando, como si gozasen de placer con ello. ‘The lie’ también es (intuyo) el primer capítulo de la temporada centrado en un personaje; esto es muy revelador ya que no se recurre a flashbacks / flashforwards, sino a una mera canalización de todas las tramas en la persona que toque y a un especial énfasis en su psicología. Los puntos y aparte los sigue ocupando, por tanto, la vida en la isla.

Y esta es una selección de mis escenas predilectas:

a) Sun se pasa, definitivamente, al lado oscuro. Su conversación con Kate, rebosante de maldad, es de antología. Primero la cita en una suite con vistas y luego la bombardea con sentimientos de culpa para, finalmente, dar un último aguijonazo: how is Jack? Magistral. Sigue así, Sun. Cómete a la boba de Kate. Y como Aaron no empiece a obrar milagros enseguida, cómetelo a él también.

b) Locke debe preguntar menos y hacer más. Los que nos temíamos, ya desde la temporada pasada, que nuestro aventurero/justiciero/dinamitero favorito se viese envuelto en un mar de dudas sin salida, tal y como comprobamos de nuevo en su fantástico encuentro con Richard Alpert, podemos respirar tranquilos (de momento) después de su magistral entrada ‘a lo Locke’ tras cargarse a unos cuantos hostiles a golpe de machete. James, Juliet… nice to meet you. Así te quiero ver yo. Ahora mis tres losties predilectos están juntos y revueltos. Espero que se pongan a hacer maldades enseguida.

c) Ben tiene una novia carnicera. Enigmático personaje, llamado Jill, encargado de velar por el cadáver de Locke en su cámara frigorífica. Eso da más pistas sobre el futuro de nuestro héroe y sobre uno de los verdaderos puntos clave del viaje de vuelta de los Oceanic Six: John no se puede pudrir por el camino, es necesario que resucite en buen estado. ¿Para qué? ¿Por qué, si no es así, todos los intentos de Ben y Jack habrán fracasado? ¿Por qué la carnicera parece saber tanto de todo? ¿Quién es ella y por qué parece tan acostumbrada a guardar cadáveres y a ligar con camioneras?

d) Hurley se entrega a la policía. Después de lanzarle a Ben un rollito de primavera (genial) y de estar a punto de ceder a sus tentativas cada vez menos convincentes, Hugo se lo pone más difícil todavía: alguien tendrá que sacarle del corredor de la muerte si quieren devolverlo a la isla. Y sólo quedan setenta horas. La sonrisa de Hurley mientras es esposado, equivocándose en el número de asesinatos que ha cometido, y el cabreo monumental de Ben valen por todo un episodio.

e) Miss Hawkins y el final a lo ‘Harry Potter’. No es una de mis escenas favoritas pero es sorprendente. Supongo que os acordáis de Fionnula Flanagan, la estrella invitada del primer episodio espacio-temporal de Desmond, allá por la tercera temporada. Yo debería volver a verlo, porque sólo recuerdo que la tía le da un anillo a nuestro brother, poco más. Su nueva aparición, capucha de maga incluida, es, cuanto menos, chocante. ¿Qué será lo próximo, una sesión de vudú para acabar con Widmore?

Bien. Voy a hacer unas predicciones inútiles, como despedida. El caso es que, sabiendo de antemano que habrá un parón de dos semanas entre el séptimo y el octavo episodio, y viendo que a Ben no le queda mucho tiempo, veo bastante probable que estos próximos cinco capítulos sigan centrados en los Oceanic Six y que el séptimo termine con un cliffhanger de vuelta a la isla o con la ¿resurrección? de John Locke, si es que de verdad está muerto. No sé si es demasiado precipitado, pero le auguro a ‘Lost’ bastante acción y contenido a juzgar por la que creo que es una inmejorable irrupción en la parrilla televisiva. Con que mantenga este nivel de guión y nos regale algún que otro episodio para el recuerdo, me doy por satisfecho. ¿Qué opináis, cotarreros? Un abrazo desde una selva más o menos parecida, pero sin humo negro.

Sergio. 26/01/09.

XVII. Michael.

Sabía que uno de los retos más complicados iba a ser la convivencia breve y sorprendentemente intensa con los huéspedes del piso de abajo. Y es que resulta que, finalmente, vivo en un desván muy majo, con cama doble, mosquitera, escritorio, baño y silla típica de Kerala incluida (o sea, una silla con los brazos largos como estacas para poner las piernas en alto y darte cuenta de que, te sientes como te sientes, el culo siempre te queda en pompa). Tengo todo el piso para mí, lo que no lo convierte en un apartamento de vacaciones, pero casi. Abajo, sin embargo, hay otras tres habitaciones por las que circula gente de todas las nacionalidades, entre las que se puede contar un número curiosamente alto de lesbianas centroeuropeas, solas o en pareja, alguna que otra familia y, en el otro extremo, almas solitarias como la mía que intentan o bien encontrar la tan cacareada espiritualidad india o bien contemplar las múltiples (o mejor dicho, demasiadas) posibilidades que ofrece la vida mientras se abandonan al provechoso ejercicio de no hacer absolutamente nada. Demasiado tentador para mí, en todos los aspectos.

Como indica el título de este post, hay un huésped que merece ser destacado sobre los otros. Pero voy a empezar diciendo que también la bella Harleen me abandonó, hace seis días, dejando ese magnífico interrogante en el aire acerca de si conseguiré filmarla recitando algo escabroso en su lengua natal. Espero que sí. Todos deberíamos hacer piña para conseguirlo, de la misma forma que todos deberíamos mandarle mensajes y llamadas perdidas a Bebe (este punto lo explicaré en otro momento). Después de Harleen vino una australiana rubia y pecosa, oriunda de Melbourne, conversadora nata y cineasta amateur: la incomparable Penny Harris. Penny vino acompañada de una pareja estadounidense, habitantes liberales demócratas de San Francisco (qué redundancia), Mark y Christina. Pasé buenos momentos con ellos, especialmente con Mark, al que me gustaba mirar por razones que el lector adivinará sin que entre en detalles. Los americanos estaban muy interesados en seguir en directo la investidura de Obama, lo mismo que yo estaba muy interesado en saber si acabarían nominando a Richard Jenkins (el irónico patriarca de ‘Six feet under’) a los Oscar, como así ha sucedido. Felicidades, grande. Por suerte o por desgracia, nada nos comunica aquí con el exterior, sólo un periódico sensacionalista con menos contenido que una bolsa de patatitas de treinta céntimos, así que no pudimos seguir en directo ninguno de los dos eventos.

Mark había hecho campaña por Obama y no perdió la oportunidad de seguir haciéndolo, tal vez por costumbre. Era gracioso ver cómo todos los indios que nos encontrábamos en los theyyam tampoco perdían ripio a la hora de corear el nombre del presidente negro, a lo que él contestaba: ‘sí, es un buen hombre, habrá grandes cambios’. Educadamente, intenté decirle que, en el supuesto de que existiese tal buena voluntad más allá de la campaña de imagen, eso no significaba absolutamente nada. Al ‘hombre que toca el botón’ no se le elige en las urnas, ni da discursos, ni vive en semejante palomar. De la misma forma, a un Guantánamo cerrado le seguirá otro, igual o peor, y no lo digo por mero cinismo (que también) sino por lógica histórica. En fin, supongo que un poco de esperanza, e incluso de ingenuidad, no viene mal a nadie, y Mark y Christina se me acabaron antojando como un James Stewart y una Jean Arthur modernos, pulcros abanderados de justicia e igualdad en una película de Frank Capra. Me dio mucha pena que se fueran. Como ya me advirtió otra familia de paso, he de hacerme cuanto antes con un grupo de amigos locales que no me quieran sólo por el tabaco.

Y luego llegó Michael, el asombroso físico/programador informático londinense de cerebro superlativo y perfecta flema británica. Alto y escuálido, con cara y pelo de guardería, modales exquisitos y una gran cicatriz surcándole casi todo el brazo derecho, Michael no da una primera impresión inquietante, a pesar de ser, sin duda alguna, la persona más oscura que he conocido, y una de las más fascinantes en tanto que ha despertado en mí la llama de la magia. Al principio, insistió mucho en cuál era mi interés especial en el theyyam, lo que no dejaba de ser una pregunta de difícil respuesta. Bromeé y le dije que me encantaba la magia negra, sin darme cuenta de que era eso lo que él quería escuchar. Michael nos contó a Penny, los americanos y a mí sus experiencias con las posesiones, su filiación al mundo de la alquimia y su particular visión del mundo de raíces taoístas. Lo que puede sonar a soberano coñazo y a pedantería sin par fue, no obstante, un gran descubrimiento personal por la cantidad de información que pude obtener de mí mismo y del objeto de mi viaje gracias a mis conversaciones con él.

Michael y yo no seguimos hablando de posesiones por mucho tiempo, aunque compartimos la idea de que estamos siendo constantemente invadidos por fuerzas (uno de los puntos que quiero tratar en mi futuro guión). Aunque él fue poseído por un rabino, una alimaña del bosque y un ser indeterminado del que no recuerda nada porque perdió la conciencia durante el trance, eso no nos llevó ni dos minutos. Más importante fue, sin duda, lo originado a partir de un theyyam en el que yo sentía cómo mi interés y mis energías naufragaban por todas partes. Michael estaba fascinado con la posesión que estábamos presenciando, en la que uno de los sacerdotes, no pudiendo resistir la mirada viperina de la diosa, se colapsó y desmayó para asombro de todos los asistentes. De vuelta a casa, me puse a fumar en el porche, incapaz de esconder mi frustración con una sonrisa cortés o con un rictus relajado. ¿Y si estaba equivocado en todo y este sitio no era, digámoslo así, mi destino? ¿Y si no encuentro una historia que pueda conducirme al theyyam, o viceversa, y todos mis intentos de escribir son cabezazos rotundos contra una pared que yo mismo levanto?

Michael me tranquilizó y me dijo que continuara con mi búsqueda hasta el final, no sin meter el dedo en la llaga, satisfaciendo así tanto su curiosidad como su intelecto. Agarraos fuerte: podría decirse que mi viaje hindú hacia la felicidad, es decir, a un periodo fértil en el que pueda escribir con relativa facilidad y no pedir a la vida más de lo que ésta esté dispuesta a ofrecerme, tiene mucho que ver con la búsqueda de dios, entendiendo ‘dios’ como ‘perfección’. He llegado a la conclusión de que no soy capaz de aprender plenamente de las cosas porque quiero llegar enseguida a las altas esferas o, como dice Michael en términos más profesionales, quiero pasar a mi etapa activa sin haberme dejado penetrar por la naturaleza ni haber aceptado mi ignorancia durante la etapa pasiva, que es la que me ayudaría a asimilar que, por mucho que intente encontrar lo que me hace particular y especial en este mundo, ese deseo (como todos los deseos) nunca será satisfecho porque no somos seres estáticos y, en algún momento feliz, aceptaré que todos somos lo mismo y que el mundo en su complejidad está interconectado y que sólo tengo que dejarme llevar y actuar en consecuencia porque, al fin y al cabo, todo está determinado y lo que tenga que suceder, sucederá. ‘La isla se hará cargo del resto’. UFFFFF! ¿Qué os parece este tema? Leedlo otra vez y llamadme hippy de mierda. En mi defensa, sólo diré que sufrí mis hemorroides creativas en silencio y Michael ha sembrado algo que todavía no tiene una forma definida, pero que me induce a hacerme preguntas y a aceptar, dolorosamente, mis limitaciones, o como él dice, el tamaño real de mi jaula, y vivir con ello. No me parece un mal ejercicio previo a la escritura.

Acto seguido, hablamos de que los japoneses usaban parte de su tecnología en solucionar su pudor a la hora de ir al baño; vamos, que para que no se oiga el chapoteo de la mierda al caer, han inventado una banda sonora para esos momentos tan íntimos en los que no quieres que tus invitados se den cuenta de que estás cagando, aunque la propia música sea tan elocuente como el ‘splash’, lo que lleva a los pobres japoneses a un callejón sin salida del que sólo puede salvarles el harakiri. Eso me recuerda que uno de mis aparatos indios favoritos es una simple y útil escobilla para el váter en forma de grifo a presión, manejable gracias a una manguerita la mar de salada. Le he cogido mucho cariño a esos chismes.

Michael está obsesionado con la estructura dual del ser humano y con nuestra obsesión por diferenciar unas cosas de otras, a pesar de que la estructura del universo sea unitaria. También le encantan Laplace y David Lynch, desvanecer su esquelético cuerpo en el mar y hacer apariciones sorprendentes por detrás de ti, como cuando una mano misteriosa toca el hombro del protagonista en la enésima película de terror adolescente. Si alguna vez me meto en el género del suspense, el horror o los fenómenos paranormales, le contrataré con los ojos vendados. Su forma de expresarse es tan nítida, delicada, profunda y pagada de sí misma que da mucho miedo. Lo bueno de conocerle es que yo también me metí en la boca del lobo de la especulación filosófica, ya que, cualquier chorrada que se me pasase por la cabeza, él la recibiría sin más y le sacaría el partido conveniente o la defecaría, pero sin hacer del momento algo necesariamente incómodo. Fue como tener a mi lado a alguno de mis buenos amigos a los que tanto echo de menos.

El caso es que yo había leído, esa mañana, un pasaje de ‘Il gattopardo’, de G. Tomasi di Lampedusa (que el bloguero llamado ‘gato’ se permite citar de la forma más burda posible, haciendo alarde de un intelectualismo de palo con el que quiere convertir a Gran Hermano en algo que no es ni será nunca), en el que su protagonista, el príncipe Fabrizio, ve un cortejo fúnebre a través de la ventana de su palacio y piensa “mientras haya muerte, hay esperanza”. Se trata de una cita que invierte el contenido de otra más conocida y optimista, pero, ¿es realmente ésta menos optimista? Lo que en la novela no deja de ser una recreación en la melancolía y la pérdida de lo vivido por parte del príncipe, esconde, si lo descontextualizamos, un pensamiento magnífico según el cual la muerte daría no sólo esperanza, sino sentido a la vida. Tal vez sea la única respuesta posible, de hecho, al sentido de la vida. Es la eternidad, no obstante, lo que haría de la vida algo informe, sin cambios, un infierno indigno y, por tanto, algo temible en el supuesto fantástico de que, efectivamente, fuera posible. Alan Moore sí cree en la eternidad de cada uno de los momentos que vivimos, así como que la muerte no es más que una ilusión de la tercera dimensión, escondiendo lo que no deja de ser una transición más. ‘Mientras haya muerte, hay esperanza’. Pero, a pesar de esta efusividad acerca de la muerte, y de su consideración como algo bastante más relativo de lo que parece, ¿qué pasa con el sufrimiento, con la humillación, qué sucede con las muertes que degradan la vida de una persona hasta el último segundo de su existencia? ¿Qué sentido último tiene el sufrimiento en nuestra vida? Para Michael, no hay dos tipos de sufrimiento idénticos y, mal que nos pese, no podemos ponernos en la piel del otro porque no podemos adivinar algo tan íntimo como su sufrimiento. Al no ser tangible, ni transferible, el sufrimiento se hace necesario como parte de la vida y, de la misma forma, se ve limitado por el cerco de la muerte, reverso cruel pero indispensable para que una vida merezca la pena.

Michael se marchó y le di un abrazo insuficiente. Todos continúan viaje, rumbo a otras partes de Kerala, Karnataka, o al inabarcable y misterioso Himalaya (algo que yo también haré a su debido tiempo). Es más que probable que no vuelva a ver a ninguno de estos seres, como también es probable que mi percepción de su excepcionalidad tenga mucho que ver con la caducidad de mis encuentros con ellos. Mark y Christina me ofrecieron su casa en San Francisco y Michael y Penny seguirán en contacto por algún tiempo. Pero eso son quimeras del momento, hasta que alguna de ellas desvele, sorprendentemente, alguna continuidad en el tiempo. Por el momento, aprovecharé con cautela mi condición de inquilino que vive en el desván y ve, a través de la ventana, el trajín confuso y excitante de humanidad. Sin encariñarse, porque hay demasiado trabajo pendiente y un guión maldito taladrando mi cabeza. Por último, siento lo largo y espeso de este post, os compensaré con una buena ración de Lost y cotarros varios. Me despido, mientras observo dos insectos siameses, unidos por el culo. Qué intrigante.

Sergio. 25/01/09.

martes, 20 de enero de 2009

XVI. ¡AMÉRICA!


La llamada a la oración se extiende por toda la jungla, mezclada con sonidos de pájaros que desconozco. Cada nueva aventura va dando forma en mi cabeza a esa película que me gustaría rodar aquí, en Malabar. Todavía no me he puesto con ‘SEC.1. TEMPLO-GULIKAN THEYYAM. EXT/NOCHE’, pero quiero pensar que estoy a punto de hacerlo. De momento, ya tengo residencia, gracias al importantísimo Kurien, piedra angular de este viaje. Hace un rato, le dije, ‘vamos a hablar, Kurien; yo quiero quedarme aquí una temporada, en renta, a poder ser cerca de la playa, ¿cómo lo ves?’. ‘Difícil’, me dijo él, ‘tal vez te pueda encontrar algo cerca de Kannur’. Y ya sabemos todos cómo es Kannur. No obstante, y en un inesperado arrebato, mi querido especialista en theyyam me ha ofrecido su casa, en la que también recibe huéspedes ocasionalmente. No se trata de ésta en la que estoy ahora mismo, de la que ya os hablé, sino de otra que sólo conozco por fuera, a escasos cincuenta metros. Creo que voy a tener despacho y todo. Aunque la agencia que gestiona los servicios prestados por Kurien quiere cobrarme más de lo que yo estoy dispuesto a dar, él y yo hemos acordado mi alojamiento por la ventajosa cifra de doscientos cincuenta euros al mes con desayuno, comida, cena y lavandería incluida. Como no voy a tener ningún gasto añadido más que las horas de internet para bajarme ‘Lost’, alguna cerveza ocasional, tabaco y cine malayalam (todo ello bastante barato), creo que el negocio es bastante rentable, considerando que algunas de las playas cercanas son, ciertamente, un maldito paraíso.

Hablando de playas, mi favorita es una de cuatro kilómetros de largo habitada únicamente por pescadores hindúes y musulmanes, todos ellos conviviendo en paz y armonía. Es un buen sitio para nadar por las mañanas, antes de que el sol se convierta en un cabrón justiciero. Hace unos pocos días coincidí en esta playa con un grupo de jóvenes ansiosos por socializar, y es que quien no socialice en este país es que tiene gravísimos problemas de apatía, y mira que yo soy apático… No me acuerdo de sus nombres porque el grupo tenía dos líderes (Shafeeke y otro más) y el resto se iban alternando cada media hora, así que no era muy fácil hacerles un retrato robot de conjunto. Todos ellos profesan la fe musulmana, lo que no quita que no estén interesados en tragos furtivos de cerveza, cigarrillos y pornografía. Pescan para tener algo de almuerzo aparte de la fruta que libremente agarran de donde pillan, van a clase de vez en cuando (tienen entre dieciocho y veintidós años) y trabajan almacenando arena de la playa en bolsas destinadas para la fabricación de sillares de construcción. Después de convidarme con cocos y bananas y de preguntarme mil veces por mi nombre, nacionalidad y estado civil, empecé a regalar tabaco, auténtico detonante de nuestra amistad. Sólo por ver sus sonrisas merece la pena quedarte sin un puto Lucky Strike. Uno de ellos, el más atractivo y envalentonado, empezó a llamar a todos los que paseaban por la playa, gritando: ‘Come here! American cigarrettes! AMERICA!!!’ Les he cogido mucho cariño. Además, me enseñan mucho vocabulario malayalam:

- playa: kalappuram.
- café: kappy (soy especialmente fan de esta palabra).
- gato: pacha (como la discoteca).
- mar: vellam (preciosa palabra).
- arroz: chore.

Con tino. Ese mismo día de nuestro encuentro, después de bañarnos en el mar y descubrir lo pudorosos que son cuando se quedan en calzoncillos, quedamos para echar un partido de fútbol. Era una oportunidad de oro para hacer alarde mi inexistente masculinidad. Llevé con orgullo mi camiseta rojiblanca hasta que uno de ellos me señaló y dijo: ‘Atlético de Bilbao’, a lo que yo contesté, ofendido: ‘no, Sporting de Gijón, Gi-jón’. Evidentemente, no nos entendimos. Iniciamos el encuentro deportivo y, con ello, un alarde de todas esas cosas que se pueden esperar de alguien que no ha dado una patada al balón en su vida. Descubrí ser un maestro en el difícil arte de tocar el balón con los brazos, con la consecuente falta y enfado de mi equipo. He de añadir a mi favor que el suelo de grava dificultaba mucho los cambios de sentido, y que fue por culpa de eso que me acabé cayendo y haciéndome profusas heridas en el codo y la rodilla. La conmoción fue general. Shafeeke me sentó en una roca, me dio dos plátanos y me curó con una hierba ayurvédica maravillosa que me desinfectó casi al instante. A pesar de la vergüenza, fue un momento muy tierno. Cómo no, la liga musulmana aplastó las ínfulas deportivas asturianas, y eso que ellos jugaban con el culo. Poco después, hablando de todo un poco y entendiendo menos de la mitad de lo que decíamos, me volvieron a preguntar si tenía novia. Yo dije que no, que si la tuviera seguramente no estaría ahí. Me preguntaron que si tenía novio. Me extrañó, la verdad, aunque yo creo que a estos chicos les va la marcha. Hay que ver lo que hace la segregación sexual en las juventudes islámicas.

Las amistades duran poco, no obstante. Tengo el presentimiento de que esta relación terminará cuando se termine el tabaco. Los breves e intensos lazos con los huéspedes de Costa Malabari tampoco duran más de dos días, tres a lo sumo. Y supongo que, a partir de ahora, tendré relaciones de media semana con mucha gente, puesto que voy a estar en contacto constante con turistas de paso, algo que me agrada y me repele a un mismo tiempo. Menos mal que Kurien, por lo menos, permanece. He descubierto en él a un cinéfilo enamorado del cine realista de su tierra. También le gusta ‘Sonrisas y lágrimas’, tanto que no paró de hablarme de un documental en el que todos los actores se reunían treinta y cinco años después del rodaje para contar sus experiencias. Lamentó ver a Julie Andrews tan vieja y desmejorada. Seguro que el pobre Kurien se enamoró de la hermana María cuando era un jovenzuelo y ahora no soporta imaginársela con las tetas caídas. Este hombre es una caja de sorpresas.

Para terminar, quiero saludar a los cotarreros X, Barci, Ela de Castro, Charo, David, Manu, Carol, Nabil y todos los que dejan mensajes que hacen más corta la distancia.
- Ela, necesito que sepas que Michael C. Hall (Dexter) se ha casado hace pocos días con Jennifer Carpenter (Debra, su hermana en la ficción). ¿Cómo te quedas?
- David, en Mumbai (la ciudad cambió de nombre hace cinco años) hay cadáveres en la calle (hasta que los recogen familiares, buenos samaritanos o el camión de la basura). Lamentable, increíble, pero cierto. Por supuesto, no hay uno por cada calle. Muchos de ellos son jainís, numerosos en todo Maharashtra y Punjab, y su religión permite y santifica el suicidio por inacción. Hombre de poca fe… A un solo día de la season premiere de ‘Lost’, me muero de ganas de compartir mis primeras impresiones y espero que metas baza. Como ves, tus palabras nunca me dejan indiferente.

A ver cuando consigo conectarme de nuevo y saludo más y mejor, que el chiringuito éste me cierra. Hasta entonces, y como dice la bruja de Telecinco, hagan el favor de ser felices.

Sergio. 20/01/09.

XV. El dios sale a escena. Por favor, apaguen sus teléfonos móviles.


Éste es un relato en tres partes que narra mi primer fin de semana como espectador de esa cosa única, extraña y sorprendente llamada theyyam. He recibido información muy generosa al respecto, tanto por parte de Kurien, que da amplias explicaciones a la hora de la cena, como por parte de los lugareños y familiares de los organizadores del ritual. Empezaré diciendo que mi impresión sobre los habitantes de esta zona ha cambiado radicalmente, aunque ahora me estoy moviendo más por Malabar y alrededores, en los suburbios de Kannur, un territorio mucho más acogedor y tranquilo donde he decidido, finalmente, quedarme el tiempo que considere necesario.

1) Noche del 16 al 17 de enero.

Una alemana llamada Andrea, de edad avanzada y dientes terroríficos, se unió a mí en esta primera incursión. La estampa daba mucho miedo; los dos, en plena madrugada, esperando en el porche la llegada de un taxi que no terminaba de aparecer. Parecía el marco perfecto para la manifestación de un fantasma. De hecho, llegó un fantasma: Mauricio, un atractivo argentino dispuesto a completar la colección de clichés esotérico-turísticos que todo buen pseudo-yogui debe guardar consigo. Mauricio venía acompañado de una novia británica insoportable que no estaba realmente interesada en el theyyam sino en complacer a su amante latino. Comprensible.

El taxi llegó, cuarenta y cinco minutos tarde. Mauricio estuvo a punto de perder los estribos, como todo buen neo-hippy al que no le salen bien las cosas. Afortunadamente, el ritual no había comenzado todavía. El theyyam toma lugar en un recinto sagrado al que se debe, por norma general, acceder descalzo; consta de un pequeño altar central, cuadrado o rectangular, con pequeñas estancias en su interior donde se depositan las ofrendas (arroz, alcohol, pescado seco) y las velas sagradas, estancias también en las que el dios acaba penetrando antes o después de la danza. En los alrededores hay catres donde duermen los sacerdotes y otros pequeños altares sin techo donde también se depositan ofrendas. Este primer templo era bastante impresionante; en lo alto de una colina se abría un patio espléndido y espacioso al que se descendía por unas escaleras que rodeaban toda su superficie. Al actor ejecutante (el llamado theyyam) le estaban maquillando el rostro y el cuerpo en una especie de camerino improvisado con cañas, aunque ningún léxico del gremio teatral da una idea de lo es esto. Ni siquiera se puede comparar, ni mucho menos, con la liturgia cristiana. Esto es una convivencia espontánea y natural con el dios al que se quiere venerar, y aunque tiene un carácter marcadamente religioso, nadie ve la necesidad de guardar silencio, prestar atención o hacerse el solemne. No es serio. El dios puede ser terrible la mayor parte de las veces, pero está acostumbrado a pasearse entre los mortales y los mortales están acostumbrados a abrirle las puertas de su casa. Son familia. Viven juntos. Es como si te tirases un sonoro pedo durante el Credo porque sabes que Jesucristo también se los tira. Así es el arte ritual más antiguo del mundo (más antiguo que el hinduismo, e incluso no se sabe con certeza si más antiguo que las representaciones tribales africanas): una posesión eléctrica de la atmósfera, un maratoniano ejercicio de fe, una chabacanada magistral.

¿Existe realmente una posesión? Quién sabe. Hay veces que no lo parece. Yo me quedé un poco decepcionado porque vi mucho al intérprete y muy poco al dios, sobre todo en los larguísimos intervalos que hay entre una parte y otra, que juegan con la paciencia del espectador no acostumbrado. Sin embargo, no hay que descuidarse; hay otros momentos que son totalmente increíbles. Después del laborioso maquillaje, comienza el ritmo eterno de la danza de Siva: la música de los tambores se vuelve ensordecedora, el flautín despide chirridos fantásticos y el dios, con toda su indumentaria chillona y campanillesca, se pone a girar y a correr como si el cuerpo que está tomando no fuese suficiente para él y lanza unas miradas al público que hielan la sangre. ¡Qué miradas! Esta primera sesión contó con unos bailes admirables que me recordaban a la danza de Pina Bausch y a gran parte de la danza transgresora contemporánea, inspiradas en el ritual animista. Al final de cada parte, el dios se sienta en un trono sin respaldo y la familia o congregación religiosa que paga el theyyam (y, realmente, quien quiera o se atreva a acercarse) recibe una bendición profética. Es un momento en el que se puede escuchar muy bien cómo la voz del actor se transforma maravillosamente en algo grandilocuente y horrible a la vez. Los fieles, ofreciendo su mano a Siva, ríen o lloran con la lectura que les hace acerca de su pasado, presente y futuro, lectura que el dios adivina a través de las velas que penden en el altar que tiene delante suyo. Si no te pones a la cola, es un buen momento para hablar con tu vecino, comprarte un globo, tomar un té o hablar por el móvil. El teléfono es algo que suena bastante a menudo, también durante el ritual. Es más, hubo una ocasión en la que el móvil en cuestión era de uno de los sacerdotes que sostenían al dios. Toda una declaración de principios.


Este theyyam terminó con una orgía de fuego, bailes con zancos y efectos lumínicos a la hora del amanecer, en la que se suelen congregar los momentos más intensos de la noche. Después de eso, el actor se pasa todo el día visitando a la gente del pueblo, sin comer ni beber ni acudir al excusado, hasta que han pasado veinticuatro horas. Finalmente, el dios vuelve a su morada divina y el actor, exhausto, encuentra el descanso y un placer menos exigente. Andrea, Mauricio, la groupie y yo también necesitábamos un descanso y nos arrastramos hasta Costa Malabari para desayunar y digerir lo que habíamos visto. Mauricio me habló de las obras de teatro que dirige e interpreta, tituladas todas ‘Mauricius, The Magnificus’ + la aventura que toque. Me recordó a los libros de Teo: ‘Teo en la granja’, ‘Teo en el mar’, ‘Teo en Birmania’… Seguro que ambas creaciones guardan mucha relación. Me alegré de irme a la cama y perderlos de vista (no a Andrea, que tiene un tino desmesurado). Y es que el tío se pasó toda la noche (cuando no estaba roncando) diciendo que el theyyam es muy, muy antiguo. En fin. Claro que es antiguo. Me apetecía romperle un coco en la cabeza. Bueno, me apetecía romperle otras cosas primero, y luego la cabeza.

2) Noche del 17 al 18 de enero.

Este theyyam fue muy gracioso. Habiendo asumido ya el carácter cotarrero de la ceremonia que nos ocupa, no me sorprendió ver que también era sábado noche en Kannur: puestos de chucherías, juguetes, apuestas, restaurante… Sólo faltaban las barracas. En medio de todo eso, un templo y otro par de avatares de Siva (masculino y femenino) con unos magníficos vestidos encarnados, bailando al unísono y corriendo por todo el patio. El Siva femenino (siempre representado por un hombre) tenía un tono de voz brusco y melodioso a la vez, además de un carácter muy amanerado durante las bendiciones. Me hice fan. A continuación, hubo un ritual del fuego en el que un hombre entrado en años y tal vez con algunas copas de más (mi admirada sueca, cuyo nombre es Harleen, estaba segura de ello) hacía malabares con un machete y desafiaba a un grupúsculo de velas alargadas. Esto se hizo un poco pesado. Nos acabamos marchando.

Aprovecho el momento para alabar una vez más la belleza y ardil de Harleen. Tiene las piernas largas y gruesas y una cadera voluminosa. No puedo imaginarme un rostro más dulce ni aunque lo intente. Es toda una experta en bailar música punjabí, como el famoso ‘Bangra’, y sabe hacer ese juego de miradas indirectas tan popular en el arte indio. Me encantaría hacer una película con ella y, por supuesto, también me encantaría darle unos hijos robustos y morenos, pero no va a poder ser porque yo soy un ser limitado y ella está prometida.

3) Noche del 18 al 19 de enero.

Posiblemente, la más espectacular de todas las sesiones. Kurien había ido a pasar el día a Kochi para entrevistarse con un posible marido para su hija (al parecer, es una tía muy escogida), y nos dejó huérfanos de theyyam, hasta que llamó a la hora de la siesta para comunicarme que esa noche, a las cuatro de la mañana, habría un ritual muy especial y muy poco habitual. Andrea y yo nos pusimos locos de contentos.

Aunque esta vez me costó levantarme, ese par de horas antes del amanecer suelen ser las mejores. Se trataba, en esta ocasión, de un tipottan theyyam (ti significa ‘fuego’) y el Siva en cuestión apoyaba espalda y cabeza sobre unas brasas grisáceas, cuando no lo hacía, directamente, sobre unos cuantos leños ardiendo con llamas de más de un metro de altitud. Graciosamente, el dios se carcajeaba mientras el fuego destrozaba su traje e increpaba a los sacerdotes diciéndoles algo así como ‘¿éste es todo el fuego que tenéis para mí? ¡Necesito más!’ (traducción de Kurien). Fascinante. Ésta vez sí que no había duda de que el actor estaba fuera de sí mismo o en otra galaxia muy lejana, y que algo o alguien había usurpado su cuerpo y lo había insensibilizado al dolor. Fue un espectáculo escalofriante, y el comienzo de una fructífera historia de amor con el theyyam. Debo añadir que esta vez la audiencia estaba mucho más silenciosa (evidentemente, ya que quemarse todo el cuerpo tiene su enjundia). Hubo también un sacrificio animal, una pobre gallina que tuvo que soportar la ira del dios en su gaznate.

Podría hablar de otro theyyam más, pero ése no cuenta porque lo compartí con un belga pesadísimo (y encima, cinéfilo) que no paraba de hacer bromas estúpidas. Un consejo: nunca veáis una posesión mientras alguien os come la oreja; la gracia se diluye. Añado que me encantaría colgar vídeos de estas ceremonias, pero prefiero ser respetuoso, de momento. Es difícil encontrar la distancia adecuada entre la cámara y el intérprete, y creo que debería ver unos cuantos antes de lanzarme a la piscina y ponerme a grabar. Tampoco tengo una tarjeta fotográfica, de momento. Aunque si hay una cosa realmente molesta son los turistas boborolos que no paran de sacar fotos con flash a escasos centímetros del dios. Eso pondría los pelos de punta a cualquier agnóstico. Salud a todos.

Sergio. 19/01/09.

XIV. 5-0.

hay un hombre
no recuerdo cómo se llama
es delgado como un junco
y bello
como todo lo que es trémulo

me comunicó
con su voz frágil, violeta
una victoria del Barcelona
5-0
un gol de Messi
dos de Eto’o
dos de Henry
¿contra quién?, no lo sabe
lo leyó en un periódico pero
sólo retiene la victoria
no la derrota

cinco goles
en la triste mañana
su mostacho en forma de puente
se invirtió al sonreir
5-0
por fin pudo hablar
de algo

las hormigas comen el vaso
ya vacío
y yo obtengo noticias agradables
en la triste mañana
en la que almuerzo solo
después del baile

Ismael

XIII. Go back to Spain.


Escribo esto desde ‘Costa Malabari’, una especie de centro de retiro situado al norte del estado de Kerala, a ocho kilómetros del misterioso Kannur. ¿Qué queda de aquellas intrigantes profecías sobre este destino en cuestión? Pues bueno, se resume en la confusa conversación que tuve mientras intentaba encontrar una botella de agua fría en un descampado. Un joven sonriente me dio malas indicaciones, como suelen hacer muchos indios, ya que siempre están deseosos de ayudar aunque no tengan ni zorra de lo que dicen. Cuando ya no sabía adónde dirigirme, el jovial muchacho volvió a mí y me preguntó mi nombre y nacionalidad, como suelen hacer muchos indios, deseosos de cotarrear. Yo le dije, ‘Sergio, Spain’, a lo que él me contestó, ‘Go back, go back to Spain’. Se carcajeó largamente, no como en una película en la que fuera a aparecer un loco con un hacha a mi espalda, sino como la confirmación de que Kannur es un villorrio donde a ningún extranjero se le ocurriría perder el tiempo buscando una botella de agua pudiendo estar en un resort con un dry martini en un mano y un Marlboro en la otra. Acto seguido, siguió diciendo cosas en malayalam que me resultaban incomprensibles, como suelen hacer muchos indios del sur, ajenos a que les entiendas o les dejes de entender. Pues sí. Vaya con Kannur. ¿Cómo es Kannur, cari? Pero vayamos por partes.

Llegué aquí en un fascinante y maloliente tren en el que no sucedieron más que milagros. El ‘sleeping car’ consta de compartimentos con seis asientos y seis literas (tres a cada lado) más otro doble asiento-litera en el otro extremo de un pasillo estrechísimo por el que se paseaban leprosos, mendigos, vendedores de comida y de todo tipo de cosas más o menos inútiles y un largo etcétera. A pesar de ser uno de los trenes más irrisoriamente baratos que se pueden reservar en India, tienen las mejores vistas, porque las ventanas se pueden abrir y uno puede deleitarse, a pesar de los barrotes carcelarios (que también tienen tino), con la mágica y agreste campiña, que a medida que desemboca en el sur se va haciendo todo lo tropical que uno se pueda imaginar. El caso es que la insólita humanidad que se experimenta en este tren se multiplicaba de una forma vertiginosa. Lo que al principio era una feliz reunión entre una familia hindú bien avenida, una amiga suya, un turista majete oriundo de Nottingham y yo, se convirtió en el compartimento en el que todo el que pasaba se sentaba a charlar, especialmente un par de amigos que no tenían reparos en apretujarse contra nosotros durante todo el viaje y hacer las mismas preguntas de siempre (‘Where are you from?’, ‘what’s your name?’, ‘are you married?’). Los indios tienen una propensión para la cháchara y el ‘quítate tú pa ponerme yo’ que da envidia. Con lo aburrido que es el Talgo… En fin, que no duermes nada, porque la gente habla, el tren entero huele a orín, hay mil paradas y las literas son incómodas y pegajosas, pero los momentos que se viven durante el viaje no se pagan con oro. Básicamente, porque no te aburres. En un viaje de veinticuatro horas, eso es todo un logro.

En una de las paradas nocturnas, el de Nottingham y yo conocimos a un profesor hindú que volvía a su tierra natal después del curso lectivo en Canadá, donde daba clases. Nos explicó que la independencia en India llegó demasiado temprano, porque ni Pakistán ni Bangladesh ni India estaban preparados para ese salto, a pesar de que las familias poderosas del norte (con sus propios intereses políticos y económicos) y el mismísimo Gandhi pensasen lo contrario. El desastre actual de muchas zonas que prosperaron bajo el dominio británico (como es el caso de Kerala) es consecuencia directa de los intereses de una minoría que hizo ver al mundo entero que, en realidad, ellos eran la mayoría. O, al menos, eso es lo que él opina. No le doy la razón, pero me parece un punto de vista interesante de un indio que valora los progresos en educación, política, abolición de castas y desarrollo de la mujer que hicieron prosperar a todo el sur del país durante la colonización (especialmente, a partir del siglo XX). Punto de vista distinto, al menos. Y bien razonado, porque a veces nos olvidamos de que algunas realidades incontestables tienen más caras de las que aparentan.

Cuando llegué a Kannur (todo palmeras, manglares, sol radiante, clima benigno), cogí un taxi local o rickshaw y me dirigí a este lugar perdido del mundo, Costa Malabari. Kurien, el encargado, un indio barrigón y afable con un encantador bigotito blanco, me ofreció amablemente un desayuno porque estaba hecho un estropajo, pero no tenía una habitación disponible para mí. Claro, como soy así de bravo, me fui allí sin reservar ni nada. Pero yo le dije que no me importaba, que había ido a su hotel directamente a hablar con él porque estaba escribiendo un guión sobre el theyyam y tenía entendido que él era una eminencia en el asunto, así que si tenía que esperar, esperaría. Nos entendimos bien. Me buscó otra habitación en el centro de Kannur y, al día siguiente, ya estaba instalado en este lugar bendito donde uno podría echar raíces si quisiera. Dicen que este pequeñísimo centro (cinco habitaciones) tiene una de las mejores cocinas de Kerala. Doy fe. Hoy cené tiburón con leche de coco sobre una hoja de plátano (con la mano, por supuesto) y aquello estaba para gritar ‘aleluya’. Además, la construcción del edificio, oculto entre palmeras, es harto curiosa, porque se trata de un antiguo telar manual de techos altísimos en la nave central, como si de un templo cristiano se tratase, y cuartitos muy apañados en los contrafuertes, además del porche. Es un sitio ideal o bien para dialogar con tu ‘yo’ interior o bien para volarte la tapa de los sesos. Barato no es, pero caro tampoco. Y es el único sitio desde el cual puedo acceder a todos los rituales theyyam que quiera, así como a alguna bibliografía en inglés, e incluso puedo llegar a conocer a algunos directores de cine de la zona, amigos de Kurien. Si a eso le sumamos las playas desiertas que se esconden tras las palmeras a menos de cien pasos, digamos que he tenido bastante suerte, aunque mi presupuesto no me permita que esa suerte se prolongue por muchos días.

(Nota: una de las huéspedes es la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida. Hermosa hermosa hermosa. Una sueca de pelo moreno, actriz, que se hartó del paro laboral que asola su país y se vino a India a desperdigarse. La muy cabrona va a rodar una película en Chennai la semana que viene. No ha perdido el tiempo. Es hermosa. Se parece a Liv Ullmann, y un poco a Harriet Andersson, también. Se lo dije, le dije que tenía la misma boca de Liv Ullmann, y ella se puso roja. Me ha encantado este coqueteo espontáneo. Hoy vi la puesta de sol con ella y hablamos de cosas banales. Es hermosa).



Y bueno, os preguntaréis qué es lo que pasó con Kannur. Pues nada. Nada de nada. Kannur tiene la proximidad al theyyam y muy poco más, ya que se trata de un enclave comercial y portuario sin mucho encanto y con pocas perspectivas salvo que hayas nacido aquí y tengas unos lazos familiares muy enraizados. La noche que pasé en el Palmgrove Hotel esperando a que Kurien me recibiese con los brazos abiertos fue bastante tediosa y un poco amedrentante. Hay un gran número de musulmanes en esta región que te miran con una fijeza descarada; a veces, de hecho, te apetece salir corriendo y meterte debajo de las sábanas (que no hay, porque aquí no se necesitan). Y es que la musulmana cuando mira es que mira de verdad. Yo devuelvo la mirada con igual o mayor descaro porque intuyo que son mujeres acostumbradas a excitarse por la vía visual, y eso da pie a breves pero intensos fogonazos de pasión. Espero que luego no se lo digan a sus maridos.

La cosa, como ya he dicho, mejora en los alrededores. Pero tuve una pequeña crisis durante ese primer día al ver que relacionarme con las gentes de Kannur iba a ser algo más complicado de lo que me imaginaba en un principio. Por no decir imposible, porque nadie habla inglés, ni hindi siquiera. Sólo espero que el theyyam me fascine lo suficiente como para tirar el ancla y vérmelas con todos estos autóctonos. Si consigo acostumbrarme a esa manía que tienen de negar con la cabeza cuando quieren decir que ‘sí’, me daré por satisfecho. De momento, espero con ansia mi primera iniciación en el atávico y surreal mundo del theyyam. Quedan tres horas para que empiece el ritual de esta noche, que parece ser uno de los más grandes de acuerdo con el calendario lunar, y no puedo dormir de la emoción. Digo lo de dormir porque el theyyam es de dos a seis de la madrugada, y tal vez me vendría bien una pequeña siesta de las de después de cenar tiburón. Aunque, según el libro que estoy leyendo, el noctambulismo es fundamental para entrar en trance durante el ritual, algo así como una especie de droga natural que estimula los sentidos. Visto lo visto, me pondré a leer algo, a estimularme el bajo vientre o a contar mosquitos. En la próxima entrega, el sorprendente amanecer del theyyam.

Sergio. 16/01/09.


martes, 13 de enero de 2009

XII. Da comienzo 'Miss Kalashnikov'.


Después de unos pocos días en Mumbai he decidido irme al sur lo antes posible. De hecho, me voy mañana por la mañana en tren, en un compartimento bastante reducido llamado ‘sleeping car’ en el que, seguramente, seré el único extranjero y el blanco de no pocas bromas. Pero como ya lo estoy siendo aquí, no me importa.

Mumbai es de traka. Lo primero que pensé es que nunca podría vivir en un sitio así, que nadie con dos dedos de frente se metería en algo tan parecido al infierno. Afortunadamente, estas percepciones irreflexivas han ido cambiando, aunque ésta no es una ciudad en la que quiera depositar ahora mismo todas mis energías. Es un lugar demasiado exigente. Lo que más hermoso te resulta suele ir ligado a una cuestión ética de difícil salida. No me parece demasiado encomiable el disfrute de la mierda cuando no eres tú el que tienes que tragártela, aunque seguro que hay una forma de hacerlo sin sentir culpabilidad. El caso es que todavía no he podido sacar la cámara a la calle. De momento, me moriría de la vergüenza, a pesar de que muchos indios posan para ti con una botella de agua en la cabeza para que les fotografíes por unas miserables rupias. No sabría qué punto de vista escoger ni cómo mirar a mis víctimas: niñas de diez años mendigando con sus propios bebés en brazos, cadáveres tirados por el suelo, riadas literales de basura y escombro, cuervos peleándose por lo que queda de una rata aplastada… y, de entre todo eso, un árbol crece en el balcón de un edificio en ruinas que alberga al menos a treinta familias, la jungla se apodera de la mayor parte de los barrios y los niños-mono saltan de tejado en tejado y juegan obstinadamente a volar cometas que siempre se acaban enredando en el tendido eléctrico.

Por si fuera poco, Mumbai es una de las capitales del terrorismo internacional. Un ejército bigotudo custodia el ‘Taj Mahal Hotel’ y corta determinadas zonas del barrio comercial de Fort con sus kalashnikov al hombro (para mí, todas las armas son una kalashnikov). La verdad es que Piolín da mucho más miedo que ellos; casi nunca parecen estar al tanto de lo que sucede y les encanta leer la prensa rosa de Mumbai en la que aparecen escándalos como el de Danny Boyle, acusado de haber inducido al tabaquismo a multitud de niños actores durante el rodaje de ‘Slumdog millionare’. En fin. El caso es que Mumbai no parece un lugar desanimado por la catástrofe (no sólo por la terrorista, evidentemente), y ésa es una de sus particularidades. Ayer, comiendo cerca del inigualable barrio de Kochiwaldi, leí un lema espontáneo que, colgado de la entrada del bar en el que me encontraba, decía así:

WE SALUTE TO THE HEROS
FROM CORE OF OUR HEART
WHO SACRIFICED THEIR LIVES
TO SAVE OUR BELOVED MUMBAI.

El inglés indio es admirable. Al lado, otro cartel te animaba a beber té por la simple razón de que una persona feliz es una persona productiva. Así son los indios. Están enamorados de su modesta, esforzada, cochambrosa e irónica vida, e intuyo que se sienten fuertemente arraigados al lugar en el que deciden (o les obligan a) pertenecer. Los últimos atentados de Mumbai han desarrollado su sentimiento de unidad pero no ha disminuido su desenfado natural. De hecho, las manifestaciones de la ‘Youth against terrorism’ son muy graciosas: los participantes van en moto, a bocinazo limpio, liderando a un gordo barbudo que sostiene una estampita gigante de un santo mientras sonríe bobaliconamente.

En otro orden de cosas (imposible mantener un orden en algo) me gusta mucho la playa de Chowpatty, en la que los indios no se quieren bañar, pero que resulta un lugar admirable para ver el sol esconderse tras los rascacielos mientras comes arroz glaseado. Allí hablé con tres jóvenes indios muy encantadores e intercambiamos tabaco. Lamenté mucho no tener cigarrillos españoles, les dije, ya que ellos me ofrecieron una dulce nicotina autóctona que todavía paladeo. Ellos me preguntaron si estaba casado y qué es lo que me parecían las mujeres indias, a lo que yo contesté que las mujeres indias me parecían muy jamonas (o algo así). Nos reímos bastante. Uno de ellos dijo que sus padres nunca le dejarían hacer un viaje como el mío, que nunca le dejarían marcharse tan lejos. No supe muy bien qué contestarle.

También me gusta la 'Chhatrapati Shivaji Station', es decir, la antigua estación de trenes 'Reina Victoria', un edificio colosalmente colonial que es digno de verse. Allí compré mi billete para Kannur (Kerala) después de un considerable mareo que da una idea bastante clara de lo que es Mumbai. En cuanto entras, mil personas acuden a ti para gestionarte tu venta; no hace falta decir que ninguna de ellas es necesaria para tal efecto. En este caso, un hombre me anticipó el boleto que tenía que rellenar y entregar en la ventanilla de turistas extranjeros. Pero, una vez hecho todo el trámite previo, me enviaban de un sitio a otro mientras se tiraban de los pelos por mi ineptitud. Un segundo hombre, el jefe de todos ellos, cogió mi boleto y lo examinó con los ojos cerrados. Se inventó que ya no quedaban plazas para esa hora. Acto seguido, dijo: ‘Humm… así que vas a Kannur, ¿eh?... ya veo…’ Todavía me sigo preguntando qué diantres significaba ese ‘ya veo…’ A lo mejor voy y aterrizo en la aldea del horror y el terror, pero la cosa no terminaría ahí. Cuando consigo llegar a mi ventanilla, una hindú muy cotarrera y muy borde me pide cuarenta y cinco mil veces que lea las instrucciones de acceso a la estación de la que sale mi tren (que está en las afueras). Lo hago, pero ella no está conforme con tan poco. Me mira y me remira. ‘¿Vas a Kannur? ¿De verdad?’, dice ella, poniendo cara de ‘a Kannur sólo se va a poner una bomba o a poner un huevo’. A estas alturas, yo estaba divertido a la par que hasta los cojones. Eso es Mumbai, un equilibrio imposible.

(Nota: como mi habitación está al lado de la recepción del hostal, no paro de oír cómo los encargados se regalan politonos de móvil los unos a los otros. Lo peor es que también lo hacen por la noche).

Me cuesta mucho comer con una sola mano. Los hindús y los musulmanes comen con la derecha y a mí, de momento, me cuesta horrores no utilizar la mano con la que se limpia uno el culo, es decir, la izquierda (aunque siempre lo hago todo con la derecha, todo). El otro día me miraron fatal por ello y me dieron una lección fundamental de comida acompañada de unos cuantos pedos y eructos, algo totalmente lógico para ellos y que yo aplaudo. Lo que no me gustan son los caciques hosteleros que se colocan a la entrada de todos los bares y restaurantes, recibiendo las comandas de sus subordinados mientras se atusan el bigote. No me dan ninguna fiabilidad, y me hacen pensar en mercados subterráneos, dinero negro y mil cosas más. Y hablando de experiencias hosteleras (todavía no muy satisfactorias), el disfrute de una merecida cerveza se ve limitada a que en diez minutos la tienes como el caldo. Pasa lo mismo con el agua, pero se lleva mejor el agua caliente que la cerveza caliente. Todavía no he probado cervezas de la zona, y ardo (nunca mejor dicho) en deseos de hacerlo.

Terminaré, de momento, hablando de las cuevas de la isla de Elefanta, un lugar al que se accede en una especie de ferry colorido tras un trayecto de una hora. En las cuevas, un conjunto escultórico formidable dedicado al dios Siva, especialmente al ‘Siva Trimurti’ (dios de tres caras: creadora, conservadora y destructora). Aunque en ese momento había un rodaje multicámara de una interpretación musical folklórica con el Siva femenino de fondo (realmente interesante, aunque creo que era una grabación televisiva y no algo bollywoodense), yo me dejé llevar por mi admiración hacia los ‘lingham’, falos pretéritos incrustados en un cubo que simboliza el mundo. En cada altar excavado en la roca había uno. Es como ir a misa y honrar con flores la efigie simbólica de un pene introducido en un útero. Me encantan esos monolitos negros, sagrados como pocas cosas en la India. Me hacen pensar en la jovial vivencia de la religión hinduista, aunque eso es algo que iré comprobando poco a poco. De momento, mi lugar preferido de Mumbai es el estanque de Banganga, o el centro del mundo, una charca llena de patos con una lanza en el centro a la que se accede por unas escaleras monumentales, ocultas en mitad de los rascacielos de Malabar Hill. La primera visión de Banganga no se olvida: es impresionante cómo se abre a tus ojos, por sorpresa. No quiero caer en el tópico de decir que se palpa el misticismo, sobre todo desde que coqueteo con la idea de que a lo mejor soy un poco hippy y todo. Pero bueno, algo de eso hay. Así que ya estáis yendo a verlo, muchachos. Podría escribir mil cosas, pero la inexistente corriente eléctrica para cargar mi batería, el calor y la súper paja mental que tengo ahora mismo no me permiten destacar más de lo que acabo de hacer. Al siguiente post, el misterioso Kannur…

Sergio.